miércoles, 15 de agosto de 2012

“Corporalem animae substantiam: la corporeidad y simplicidad del alma en el pensamiento de Tertuliano”

Prof. Nicolás Moreira Alaniz

Introducción.
            A mediados del segundo siglo de nuestra era aparecen, dentro del seno del cristianismo, escritores cuyo objetivo principal, no el único, es el de defender la forma de vida y las verdades de la naciente comunidad de fieles. Esta defensa va dirigida contra los, cada vez, más profundos y sistemáticos, ataques de algunos exponentes relevantes de la cultura greco-romana. Ataques verbales por parte del ámbito filosófico y del místico-religioso pagano; y decisiones jurídicas que habilitan persecuciones y ajusticiamiento por parte del Estado Imperial. Estas últimas, comienzan a desarrollarse, por breves lapsos, desde mediados del siglo I, y prosiguen en el siglo II, y con más fuerza durante el tercer siglo (persecuciones de Septimio Severo, Decio, y Diocleciano).
            La, cada vez, más heterogénea población que comprende a la sociedad romana, y no romana dentro del imperio; los continuos asedios e incursiones fronterizas por parte de pueblos germanos desde el siglo II; la progresiva crisis económica provocada por un gasto público excesivo motivado por guerras de conquistas o defensa de fronteras; la mezcla de elementos culturales que van transformando y, en algunos casos, sustituyendo, a las tradiciones religiosas y morales constituidas en la República romana; entre otras causas, fueron generando un estado de situación conflictivo a nivel social, donde el elemento cultural novedoso, distinto, en pleno desarrollo, pero minoritario y débil al fin, se podía transformar en causa de la crisis socio-económica. Así, comenzó, lentamente, a suceder con el cristianismo.
            Las acusaciones que relatan estos defensores o apologistas del siglo II y III, se refieren a cuestiones relacionadas con la práctica de vida, y en menor grado, por convicciones y creencias teóricas. Justamente, estas creencias (para el cristiano, verdades reveladas y transmitidas en las Sagradas Escrituras) marcan el camino y configuran una práctica de vida que en algunos casos entra en conflicto con la moral pagana tradicional y actual. A la sospecha de subversión por el carácter comunitario (sectario, para los acusadores) de las iglesias cristianas, se suma, la presunción de actos de antropofagia e incesto en esas comunidades. Seguramente conocedores, directa o indirectamente, de las prácticas rituales cristianas, los acusadores, no podían concebir la afirmación de alimentarse con el cuerpo y la sangre de un ser humano, en este caso, Jesús; la creencia en la transubstanciación debería ser transmitida y explicada de una forma comprensible para la mentalidad helenístico-romana.
            En escritos, posteriormente canónicos, como Hechos de los Apóstoles, se narra por parte de Lucas, el encuentro de Pablo de Tarso, en Atenas, (H.A., 17, 22-34) con representantes de las escuelas estoicas y académicas. Allí, explicita la creencia en un único y todopoderoso Dios, idea que no era extraña en el ámbito filosófico; pero, a su vez, realiza una defensa de ideas absolutamente impensables para los paganos: encarnación de Dios; suplicio y muerte de Dios; resurrección de los muertos. Pablo termina siendo incomprendido y cuestionado en el Aerópago.
            Otro motivo de acusación para con los cristianos es el de subversión política, y es que la creencia en un Dios único y absoluto, negando inclusive la existencia de deidades menores, llevó, en la práctica, a la no participación en eventos y festividades religiosas tradicionales. Pero, peor aún, fue la negación a rendir culto al emperador, ya que la tendencia, sobre todo comenzando el siglo II fue la de asumir el carácter divino del emperador, y sumado esto a la negativa a pagar tributos para el mantenimiento de los templos paganos, constituyó, junto al anterior, causa de acusación de desobediencia política.
            Los primeros apologistas o apologetas cristianos, la mayoría de la parte oriental del Imperio, fueron Cuadrato, Atenágoras de Atenas, Arístides de Atenas, Justino de Samaria el mártir, Taciano el sirio, Melitón de Sardes. Desarrollaron su actividad durante los gobiernos de la dinastía Antonina posterior a Trajano (Adriano, Antonio Pío, Marco Aurelio, Cómodo). En este contexto nace y se forma Quinto Septimio Florente Tertuliano (160-220 aprox.), oriundo de Cartago, en el noroeste del Africa Proconsular.
* * *

            Tertuliano ha sido catalogado como el primer teólogo cristiano, también el primer representante sobresaliente de la Iglesia cristiana en Occidente. Tales calificativos se deben, más allá de posibles cuestionamientos nominales, al valor de su pensamiento en la conformación de una naciente dogmática cristiana, la cual debe hacer uso, consciente o no, de recursos externos al de la revelación y la autoridad apostólica. Estos recursos, son los de la palabra y la argumentación; es necesario defenderse de las acusaciones, y a su vez llevar a cabo la predicación (kerygma) y exhortación (proteptikón) a los no conversos. Ya, desde la etapa apostólica, la cuestión de la conversión de no judíos estaba en discusión; la apertura de la predicación paulina en poblaciones ajenas al judaísmo es un ejemplo, y la problemática de la adecuación de los criterios de conversión y ritualismo de cristianos helenistas es narrado en Hechos de los Apóstoles (15, 22-35).
            Volviendo a nuestro pensador Tertuliano, justamente, tuvo una formación rigurosa en lo relativo a las artes liberales, sobre todo la retórica y el derecho. En sus escritos se manifiesta una formación, y estilo, elocuente y judicial en sus letras; asimismo, por primera vez entre los escritores cristianos, es Tertuliano quien introduce el latín como lengua literaria. Abundancia de ejemplos, tesis, antítesis, argumentos por el absurdo, refutaciones mediante hechos de la vida cotidiana y por el sentido común, etc., desfilan en sus obras de defensa y exhortación, Apologético (Apologeticus adversos gentes pro christianis), A los mártires (Ad martyres), A los pueblos (Ad nationes); en sus obras polémicas, Prescripción contra los herejes (De praescriptionibus adversus haereticos), Contra Marción (Adversus Marcionem), Contra Praxeas (Adversus Praxeam); también en obras exegéticas y dogmáticas donde el conocimiento y uso de la tradición filosófico-científica se hace patente, Sobre el alma (De Anima), El testimonio del alma (De testimonio animae), Sobre el cuerpo de Cristo (De carne christi), Sobre la resurrección del cuerpo (De resurrectione carnis). Todos estas obras escritas desde su conversión al cristianismo alrededor del año 195, a partir de lo cual realizó una acérrima defensa del mismo, pasando a formar parte, desde el 202, de una secta cristiana rigorista denominada Montanismo.
            La postura de Tertuliano frente a la actividad filosófica es de reserva, y muchas veces de llega a su negación como forma de conocimiento adecuado para la consecución de la verdad, y más aún, simiente generadora de las herejías de su época (corrientes gnósticas en su amplia variedad: valentinianos, carpocracianos, marcionitas, etc). Por otro lado, emana de sus letras manifiestos recursos retóricos y judiciales, así como conocimientos filosófico-científicos que nutren sus propios argumentos e inclusive permiten refutar las ideas que combate.
“Porque la filosofía es el objeto de la sabiduría mundana, intérprete temeraria del ser y de los designios de Dios. Todas las herejías en último término tienen su origen en la filosofía. De ella proceden los eones y no sé qué formas infinitas y la tríada humana de Valentín; es que había sido platónico. De ella viene el Dios de Marción, cuya superioridad está en que está inactivo; es que procedía del estoicismo. Hay quien dice que el alma es mortal. y ésta es doctrina de Epicuro. En cuanto a los que niegan la resurrección de la carne, se apoyan en la enseñanza de todos los filósofos sin excepción. Los que equiparan a Dios con la materia siguen las enseñanzas de Zenón. Los que pretenden un Dios ígneo aducen a Heráclito. Las mismas cuestiones tratan los filósofos y los herejes, y sus disquisiciones andan entremezcladas: ¿de dónde viene el mal?; ¿cuál es su causa?; ¿de dónde y cómo ha surgido el hombre? Y también lo que hace poco propuso Valentín: ¿de dónde viene Dios? Está claro de la Entimesis y del Ectroma. Es el miserable Aristóteles el que les ha instruido en la dialéctica, que es el arte de construir y destruir, de convicciones mudables, de conjeturas firmes, de argumentos duros, artífice de disputas, enojosa hasta a sí misma, siempre dispuesta a reexaminarlo todo, porque jamás admite que algo esté suficientemente examinado. De ella nacen las fábulas y las genealogías interminables. las disputas estériles, las palabras que se insinúan como un escorpión... Quédese para Atenas esta sabiduría humana manipuladora y adulteradora de la verdad, por donde anda la múltiple diversidad de sectas contradictorias entre sí con sus diversas herejías.”
(Sobre la prescripción de los herejes, VII, 1).

            Tertuliano ve en la filosofía el germen de toda controversia y disputa interminable, que conlleva a la diversidad de opiniones sobre una cuestión, y aleja al hombre de la verdad. Es en esta misma obra donde establece un criterio de verdad basado en la autoridad y la tradición apostólica, sustentada en la verdadera fe; ésta es quien brinda el fundamento interpretativo, ya que “no hay que llevar la lucha a un terreno en el que la victoria sea ambigua, incierta o insegura”.[1] La interpretación contradictoria y alejada en el tiempo de la tradición apostólica debe ser catalogada de herejía, por “prescripción de novedad”.
            Sin embargo, como decía,  el aporte del saber pagano es fundamental. Se permite vislumbrar influencias estoicas, platónicas, epicúreas, y de algunas áreas de la ciencia médica (ginecología, somatología, epidemiología, influencias del ambiente, etc), por ejemplo en el tratado De Anima.
            En este tratado, Tertuliano se dispone a explicar, mediante argumentos y ejemplos, cuestiones relativas al alma humana: su origen, naturaleza, caracteres, facultades o potencias. Cuestiones respondidas por la tradición testamentaria, pero que al convivir infinidad de opiniones al respecto en el ámbito pagano, se dispone a utilizar sus mismas herramientas y defender la única verdad. Para ello, también lleva a cabo una cierta exégesis bíblica para apoyarse en sus ideas; exégesis que no llega a ser tan importante y profunda como la realizada casi al mismo tiempo por los Padres alejandrinos.
            Tertuliano dice:
“En modo alguno negaremos que a veces los filósofos pensaron como nosotros; sin duda, este hecho es una consecuencia de la misma verdad “ (Acerca del alma, II, 1)
por ende, afirma que esta verdad tiene un único origen, y su búsqueda y consecución no tiene que ver con artilugios retóricos y sofísticos que multiplican y distorsionan los caminos. Muchas veces, irónicamente, expresa esta diferencia entre la búsqueda filosófica y la fe cristiana. Más que reafirmar o comprender racionalmente las verdades de fe (fides quaerens intellectum), Tertuliano busca callar las múltiples voces y opiniones mediante la verdad natural que proviene de Dios (si bien hace uso de argumentos para demostrarlo), lo cual es absurdo para el filósofo (credo quia absurdum).
“Supongo que cometió un delito la divina doctrina surgiendo en Judea y no en Grecia. Se confundió Cristo, sin duda, enviando para la predicación a unos pescadores en vez de a un sofista.” (Ibid., III, 3).
            En este contexto, desarrolla un análisis de suma riqueza en lo referente al alma, pues si bien discute y pretende refutar muchas de las respuestas de los filósofos y médicos, realiza también una breve presentación de sus doctrinas, con las cuales no deja de tener puntos en común.
            Dividiré este trabajo sobre la concepción de alma en Tertuliano de la siguiente manera:
1 Origen. Creación divina.
2 Naturaleza. El alma como cuerpo, espíritu e intelecto. Unidad ontológica y cognitiva.
3 Nacimiento y transmisión. Bases biológicas.
4 Conclusiones. Configuración de la idea de Persona (hypostasis).

* * *

1.- Origen. Creación divina.
            El fundamento doctrinal, para Tertuliano, está en la verdadera interpretación de la palabra de Dios, transmitida por los profetas, patriarcas, y posteriormente, perfeccionada por los Apóstoles, por tanto toda búsqueda de aportes del ámbito filosófico no significa una profundización de la verdad revelada, sino una ayuda para la comprensión de la misma. De cualquier manera, para él está claro que no es fundamental y necesario comprender la verdad revelada, más vale hacer caso al testimonio del alma “naturalmente cristiana”, que caer en las discrepancias y discusiones interminables que perturban el alma. Es interesante la postura de Tertuliano desde el ámbito religioso, la cual concuerda, bajo otros presupuestos, con la postura escéptica frente al saber objetivo racional.
“Además, no se puede saber más de lo que Dios enseña, y, sin duda, lo que Dios enseña es el todo.” (Ibid., II, 7).
            Luego de su toma de posición frente a los filósofos, médicos, y herejes, comienza, brevemente, a describir algunas posturas frente a la cuestión del origen del alma humana. Critica las diferentes escuelas que toman como principio (arkhé) de todo, incluyendo al alma y lo divino, de elementos materiales informados: agua, fuego, aire, etc. Sin embargo, se detiene -y posteriormente también al tratar la noción de espíritu- en la similitud o semejanza entre el aire (pneuma) y el soplo (spiritus) insuflado por Dios al cuerpo del primer hombre.
            Esta idea del pneuma la toma de los estoicos, no tanto de los presocráticos. Sustancia corpórea, invisible y divina que abarca y une todo; fuerza cohesionadora y vital inherente al Todo divino (natura) que insufla, necesariamente, vida a cada una de sus partes. Para Tertuliano, la visión sobre Dios es distinta, ya que el Dios creador es esencialmente diferente a su creación, por lo tanto este Dios incorpóreo y trascendente insufla su espíritu por propia y absoluta voluntad, no a todas sus partes, sino al hombre –imaginem et similitudinem Dei. Por lo tanto, el alma humana es creada a partir del soplo o espíritu divino insuflado en el cuerpo.
            Por otro lado, aborda el problema semántico de creación (factum) y nacimiento (natum o generatum). Para Platón no hay diferencias (IV, 1), y asume el acto de creación como dador o generador de existencia mediante algo previo (véase Timeo, sobre el rol del Demiurgo). Sin embargo, el acto de creación implica una producción originaria ex nihil, en el cual, Dios, no es, sólo, generador del ser, sino causa formal absoluta de todo lo creado. En este sentido, el alma es creada y nacida, y no lo contrario como planteaba Platón. Si el alma fuera innata e increada, debería generarse de una sustancia elemental permanente, o debería ser coeterna con Dios, cosas ambas contrarias a la “autoridad de la profecía”.[2]
            También, de esto de deduce que el alma no es simplemente materia proveniente de un elemento natural, ni tampoco es pura divinidad espiritual. Aunque, sí, como expresaron muchos filósofos, es algo intermedio entre el plano sensible y el espiritual –más adelante veremos como Tertuliano tiende a diluir estas dicotomías para entender al hombre como unidad de sustancias en una sola hypostasis.

2.- Naturaleza. El alma como cuerpo, espíritu e intelecto. Unidad ontológica.
            El análisis prosigue partiendo de nociones que se dan en el ámbito filosófico, así como en las Sagradas Escrituras. Aquí, Tertuliano si bien intenta superar esas diferencias “naturales” entre las escuelas filosóficas, afincando su interpretación en la autoridad establecida, también realiza una mirada sui generis en cuanto a la concepción del alma, en la cual pretende superar las dicotomías conceptuales entre alma, cuerpo, espíritu, mente (mens, intellectum), para concebir a la primera como una unidad sustancial, a la vez codependiente del cuerpo mismo, y superior a él.   

Alma y cuerpo.
            Primeramente, tomando las fuentes filosóficas y médicas estudia cómo es posible la relación entre el cuerpo y el alma, o, en términos tradicionales, entre una naturaleza corpórea y una naturaleza incorpórea. A la distinción fundamental que realiza, en este sentido, Platón, afirmando, incluso la no existencia real de lo corpóreo sensible, Tertuliano, pone a disposición para prueba de lo contrario, las opiniones de los epicúreos, eclécticos y estoicos que tienden a asumir la corpórea naturaleza del alma. Sobre todo, dice, los estoicos entendieron la corporeidad del alma, no como cuerpo natural sensible, sino como una forma corpórea espiritual.[3]
“… hago alusión a los estoicos, los cuales afirman a nuestra manera que el alma es espíritu por la afinidad entre sí del soplo y del espíritu.” (Ibid.,V, 2).
            El espíritu insuflado en la creación del hombre, es el alma, la cual es soplo o pneuma que penetra y da vida al cuerpo. Este soplo vital –alma- abarca, total y simultáneamente cada parte del cuerpo; no hay más o menos vida en una parte que en otra. Por lo tanto, Tertuliano afirma que el alma debe tener forma, o asumir una forma, ya que al abarcar en su totalidad al cuerpo, internamente, asume su propia forma. Si es así, también habría que aceptar que el alma posee ciertas características corpóreas, como “la apariencia, el límite, aquellas tres dimensiones, (…) la longitud, anchura y profundidad…”.[4]
            ¿Por qué no afirmar que el alma incorpórea y simple abarca en su totalidad al cuerpo, dándole vida y actividad? Aquí, desarrolla una progresiva línea argumentativa, mediante ejemplos, mayoritariamente tomados del sentido común, y de la práctica médica. Justamente, la necesidad de establecer forma y límites al alma –caracteres de la corporeidad –, surge de la asociación de la idea de soplo-espíritu con la noción de soplo-aire, por influencia estoica y de las diferentes corrientes médicas de la época.[5]
“… fue transmitido por su faz aquel soplo hasta el interior, diseminado por todos los intersticios del cuerpo y también condensado por la exhalación divina tal que se reprodujo en todo dentro con el contorno que había llenado …”. (Ibid., IX, 7).
            Por otro lado, el alma no puede ser incorpórea, ya que mantiene un contacto e interdependencia muy fuerte con el cuerpo; el cuerpo padece y el alma también, y sus respectivas afecciones se transforman en causa una de otra.
            El alma entra en contacto con el cuerpo, y padece junto a él sus propios padecimientos, a la vez que el cuerpo padece las perturbaciones del alma.[6] Asimismo, comprender y sentir (intelligere, sentire) pasan a formar parte de un proceso unitario de conocimiento. Para Tertuliano, no hay posibilidad de una total distinción entre las afecciones de uno y otro, hay interdependencia; y, si bien, hay –y debe haber-  una distinción jerárquica entre lo espiritual y lo corporal sensible, de hecho forman parte de una vitalmente indisoluble unidad individual (persona, hypóstasis).
            La idea de que al morir el individuo, el alma deja al cuerpo, no tendría asidero, según él, si entendiéramos al alma como incorpórea. Apoyándose en Crisipo y Lucrecio, dice que sólo lo corpóreo puede separarse o dejar algo corpóreo (V, 6); no puede darse esta situación entre dos naturalezas diferentes; por lo tanto, si el alma deja al cuerpo, el alma debe ser corpórea. El alma no es cuerpo, pero sí es una sustancia de cierta naturaleza corpórea. Inclusive, dice, si entendemos al alma como incorpórea (o sea, diferente en naturaleza al cuerpo) es porque nuestro conocimiento capta de cierta manera al alma, por el cual aprehendemos algunos caracteres y otros no[7]. El alma es corpórea, pero por su índole particular, nuestros ojos no pueden captarla, y es invisible para nosotros; pero es posible aprehenderla mediante la razón.
            De esta manera, Tertuliano despliega una serie de ejemplos, para demostrar, por el absurdo, que asumir al alma como incorpórea llevaría a la imposibilidad de establecer una conexión con el cuerpo, la cual se da en la realidad. Por tanto, la conclusión es que el alma tiene una naturaleza de cierta índole corpórea. A partir de esta afirmación va a ser necesario explicar, al mismo tiempo, la inmortalidad del alma; si el alma es corpórea, ¿cabe que sea indisoluble e inmortal?, también, ¿podemos entender al alma como una sustancia simple, o hay que asumirla como compuesta y por tanto corruptible?. Más adelante, veremos la respuesta que irá desarrollando, tratando la asimilación del alma con la mente y el espíritu, no como partes, sino como facultades o potencias. Por lo pronto, será de carácter esencial el responder a estas preguntas, ya que fundamentos religiosos, como el juicio de las almas, la resurrección de los cuerpos, el origen del alma como soplo de Dios, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, etc., podrían ser puestos en duda, por quienes se internen en la filosofía y la asuman como garante de la salvación (p.e. gnósticos).

            El alma es corpórea; ahora, ¿es por esto, compuesta y disoluble? La forma de tratar esta cuestión es abordando diversas nociones que acompañan y se entrecruzan con la de alma. Para esta diversidad nominal, Tertuliano intenta descubrir lo que podría ser la unidad significativa que refiere a una unidad ontológica y sustancial.
            Las nociones que  aparecen en el tratado, y que provienen de la tradición, tanto pagana como judeo-cristiana, son espíritu (spiritus) y mente (mens, intellectum).

Alma y espíritu.
            En lo referente al espíritu como algo diferente al alma, Tertuliano parte de la tradicional distinción de acciones de ambos: el espíritu conlleva el respirar (el soplo), el alma origina el vivir. Desde la perspectiva médica y física de su época, era común distinguir la diversidad de seres agrupándolos entre los que viven y no respiran y los que viven y respiran. El acto de respirar no es fundamental para la vida, según muchos escritos científicos helenístico-romanos, ya que los insectos, p.e., no tiene órganos respiratorios visibles y sin embargo viven.
            Tertuliano, aduce que por más pequeños que sean los seres, si viven, deben llevar a cabo ciertas actividades esenciales, como comer y respirar, aunque nuestra percepción sensible no lo avale. Por otro lado, su fe le permite afirmar que todo ser como creatura proveniente del acto voluntario de Dios, es por sí misma valorable y posible. Nuevamente, frente a la postura contraria asume una defensa no carente de ironía y retórica.
“Pero si piensas que no pueden entrar dentro del ingenio de Dios tan diminutos corpúsculos, reconoce al menos su grandeza en que decidió que vivieran estos pequeños animales sin miembros imprescindibles, incluso conservándose la visión sin ojos, la alimentación sin dientes, y la digestión sin intestinos…”. (Ibid., X, 6).
            Entonces, no hay vida sin determinadas funciones vitales; respirar es una función vital –y todo ser vivo (animado), necesariamente, debe poseer esa función-; lo espiritual o pneumático está asociado con el origen de la respiración (espíritu-soplo-aire); por tanto, si del alma se origina la vida, y del espíritu también, mediante el insuflar aire, la conclusión es que, al no poder haber dos causas que originen lo mismo, lo mismo es el alma y el espíritu. También, el alma es quien activa, como dadora de vida, al órgano de la respiración (así como a los otros órganos corporales); es por el alma que se respira, por tanto, lo mismo es el alma y el espíritu. El alma, según las Escrituras, tiene su origen del espíritu de Dios, así, el alma es espíritu insuflado y condensado (soplo).
            Ahora, es importante, definir que, a partir de esto, Tertuliano pretende establecer que no hay partición del alma, y que aunque sea corpórea, no por ello es compuesta, sino simple. Es esta simplicidad lo que permite decir que el alma no es disoluble, ni corrompible, y por lo tanto, inmortal. Entonces, lo corpóreo puede ser simple, por ser sustancia constituida de naturaleza corpórea espiritual o pneumática, con forma, magnitud, hasta color –aunque sea “aéreo y lúcido”[8]; y si es simple no puede descomponerse y desaparecer. Más adelante, en el tratado, defenderá la distinción y jerarquía de potencias y actos del alma, pero no la distinción de partes.

Alma y mente.
            El alma es espíritu por su origen. Por otro lado, existe una distinción, planteada por los griegos entre mente (nous) y alma, o, en algunos casos se afirma que la mente o intelecto es una porción –la más elevada- del alma, y que ocupa un lugar en relación al cuerpo. Esto lleva a una noción del alma como sustancia compuesta y divisible, si bien, al mismo tiempo se afirma su simplicidad e inmortalidad, p.e., Platón con su tripartición del alma. Desde esta perspectiva, se maneja una distinción tajante entre cuerpo y alma, siendo la mente la parte directriz de la misma. El alma debe dirigir, “como un capitán a su nave”, al cuerpo; esa directriz no es inherente al ente particular, sino que es externa.
            Los estoicos, y anteriormente, Anaxágoras, plantearon la existencia de un nous universal que gobierna y ordena todo y a cada una de sus partes. El alma humana recibe, exteriormente, una chispa de esa mente hegemónica exterior (hegemonikón) como mente individual, y, por tanto, separando también alma de mente. El alma es dador de vida y movimiento, la mente es causa ordenadora y perfeccionadora del sujeto.
            Ahora, Tertuliano vuelve sobre la idea de que sentimos con el alma, a través del cuerpo. El alma es quien siente, y para eso necesita al cuerpo. Entonces, sentir es saber, pues padeciendo, conocemos. ¿Qué papel juega la mente si ésta es impasible y separada del cuerpo y el alma? ¿no nos permite conocer ella misma tal como plantea Aristóteles?
            Si es totalmente impasible, va en contra de Aristóteles que dice que la mente o intelecto puede conocer lo inteligible; si está compuesta de partes, va en contra de Anaxágoras que plantea el nous simple y sin mezcla. Pero, realmente, la mente conoce y a la vez es simple.
            Tertuliano dice: “Nosotros, sin embargo, decimos que la mente ya se ha agregado al alma, no como otra en sustancia, sino como una función de la sustancia.”[9] No hay, pues unión de sustancias, sino realidad de una única sustancia, simple y sin mezcla, y corpórea. El alma es cuerpo simple, por su naturaleza corporal, y posee funciones sensoriales e intelectuales. Por su simplicidad y no partición, el alma no se disuelve y no muere.
“En verdad es singular, simple y sin mezcla, no más estructurada en partes que divisible por sí misma, ya que no es ni disoluble. Así pues, ya que no es mortal, tampoco se disuelve ni se divide.” (Ibíd., XIV, 1).
            La necesidad de fundamentar la unidad hipostática del individuo, deriva, para Tertuliano, en conformar una base, más allá de la mera fe, que defienda la idea de juicio –recompensa y castigo- existencial y moral por parte de Dios. La verdad del juicio final, y la resurrección del cuerpo, se apoya racionalmente en la idea de una unidad hipostática, formada por dos sustancias semejantes y distintas (cuerpo y alma). Por otro lado, el alma debe ser simple para ser inmortal y, por su origen, motivo de la posibilidad de salvación.
            Desde esta base, también aborda la partición platónica del alma: concupiscible o desiderativa (epithymetikón), la irascible (thymikón), y racional (hegemonikón).[10] Apoyándose en instancias de las Sagradas Escrituras, muestra cómo es posible la unidad entre estas supuestas partes, entendiendo que no son más que funciones de una misma sustancia. Lo irracional (deseo, ira) puede a veces tener fundamento y móvil racional, así como lo racional se expresa muchas veces irracionalmente. Tal como pasa en el hombre, también sucede en Dios más excelentemente.[11]
“Se indignará Dios racionalmente con aquellos que debe, y deseará Dios racionalmente las cosas que son dignas de Él mismo.” (Ibid., XVI, 5).

Sensación e intelección. Unidad cognitiva.
            El tratamiento del problema del conocimiento, en esta obra, la sitúa en la intención de argumentar la unidad cognitiva en el ser humano individual, así como la postura frente al origen del error y la falsedad. Ante esto último, Tertuliano no desarrolla, positivamente, una postura que defina un criterio de verdad a nivel racional, ya sea inmediato o mediato, como por ejemplo, San Agustín estableciendo el criterio de verdad en el interior del alma, iluminado por Dios. Pero, Tertuliano no maneja un concepto como el de iluminación y búsqueda interior de la verdad; justamente su trayecto y postura lo separa de la vertientes neoplatónicas que influyen ampliamente en el obispo de Hipona.
            Él opta por establecer como criterio de verdad la prescripción de antigüedad, las opiniones que se acercan, doctrinalmente y temporalmente, a la interpretación apostólica, [12]se pueden decir que son verdaderas. La prescripción establecida se centra en la tradición y la fe, nada más alejado del fin planteado por los Padres Alejandrinos y San Agustín.
            El medio para la salvación no está en la gnosis –aunque se asuma como propedéutica para una fe comprendida-, la gnosis y la filosofía en general han sido el gérmen de las distintas herejías y desviaciones de la verdadera interpretación de la palabra de Dios. Asimismo, hay una postura escéptica en torno al valor de la razón como forma de alcanzar la verdad; el refugio de Tertuliano está en la verdad revelada y en el testimonio “desnudo” del alma: su fe libre de construcciones teóricas y prejuicios. Por lo tanto, tampoco hay un interés, en él, de establecer distinciones cognitivas claras, ni procedimientos metódicos centrados en tal o cual función. Como decía, anteriormente, el fin es demostrar la unidad sustancial del alma, y la definición del individuo como persona, -sujeto unitario de pensamientos y acciones, responsable en su propia unidad tanto de sus ideas, deseos, proyectos, y actos.
             El camino de Tertuliano, en principio, es el de refutar la inhabilitación de los sentidos como medio de conocimiento de la realidad. Los sentidos y las percepciones generadas tienen el mismo valor que el intelecto y los pensamientos generados, en cuanto que ambas son instancias que nos permiten conocer la realidad. La duda y conflicto de Tertuliano está en los artilugios retóricos y dialécticos de la filosofía pagana, pero no en la capacidad y disposición natural de nuestra alma para conocer la verdad.
            Por tanto, las percepciones no son origen del error, ya que percibimos según nuestros órganos sensoriales y su capacidad lo permite, la realidad se nos presenta tal cual la percibimos. Como planteaban los filósofos helenísticos, el error está en las opiniones, en los juicios que emitimos a partir de lo percibido. Haciendo uso de su retórica cuando la necesita, llega a la conclusión que ni las opiniones son origen del error, ya que proceden necesariamente de las percepciones. Entonces vuelve sobre sus palabras y dice que la opinión no genera el error porque depende de la percepción, y la percepción tampoco genera el error porque depende de las causas externas, ya que la percepción es una relación inmediata con la cosa. Por tanto, el error estará en las cosas (causas externas) –algo que San Agustín va a remarcar como fuente de error: la semejanza entre las cosas (Soliloquios, II, 6). Pero va más allá y plantea que en las causas externas tampoco está la fuente del error porque “lo que es necesario [por voluntad de Dios] que acontezca de este modo no es mentira”[13]. Se podría decir que, viendo la crítica que realiza a la filosofía, la fuente de error está en las distinciones y particiones que el filósofo y el hereje establece entre las funciones cognitivas del individuo, llevando luego a dicotomías que relacionan la verdad con una función e inhabilitan el valor de las demás. Es a esto que se refiere Tertuliano en El testimonio del alma, cuando dice que el criterio de verdad es el del alma naturalmente cristiana, o desprovista de construcciones artificiosas que desvían al hombre de su fe.[14] Podríamos decir que el conocer natural del alma es idéntico en su fin a la fe; sentir y pensar naturalmente es lo propio de vivir con fe, y que sentir y pensar no son distintos en cuanto a su valor: “¿Cómo podrá ser superior la inteligencia a aquél [el sentido] por el que existe, del cual tiene necesidad, al que debe todo lo que alcanza?”.[15]
            La distinción que acepta Tertuliano es en cuanto a funciones o potencias del alma, según las cuales conocemos la realidad corpórea y la espiritual, lo visible y lo invisible, etc. En este sentido, no define claramente cómo siente y cómo intelige el alma; sí plantea que el alma “a través del cuerpo siente las cosas corpóreas, de la misma manera que por la mente discierne las incorpóreas (…)”[16]. Su postura podría entenderse más desde una óptica aristotélica, asumiendo al alma como forma del cuerpo, pero su idea es que, en vida, el individuo –como persona- está compuesto de dos sustancias dependientes, pero no que es una única sustancia.
            Reflejando esta unidad hipostática, realiza algunas afirmaciones interesantes, provenientes seguramente de su lectura de tratados médicos. No sólo las capacidades elementales del alma están desde el nacimiento –vivir, moverse, alimentarse, sentir- sino las que, según los filósofos no existen en el alma del niño y el púber: la inteligencia, el discernimiento, etc. Son capacidades que están desde el nacimiento y pueden desarrollarse o madurar mediante la instrucción educativa del entorno, la cultura, e inclusive la geografía y el clima del lugar.
“Aquí, pues, obtenemos también aquí como conclusión que todas las cualidades del alma son inherentes a su sustancia como connaturales, y con ella crecen y se desarrollan (…). De la misma manera en las semillas de los frutos existe una configuración propia de cada clase, mientras que su crecimiento es variado; unas llegan a su estado primero sin cambio, otras crecen dependiendo de las condiciones climáticas, del factor del trabajo y del cuidado, del cambio del tiempo, del antojo de la casualidad, de esta forma se dará un alma uniforme en su semilla, pero multiforme en su fruto.” (Ibíd., XX, 1-2).
            También, argumenta esta realidad multiformal del alma humana individual, incluyendo datos del estudio de las culturas y de las características psicológicas de los integrantes de las mismas. Los habitantes de tales pueblos son más tímidos y apocados, otros son más enérgicos y activos; otros son más proclives al pensamiento teórico, otros más a desarrollar tempranamente la capacidad de hablar, etc. Hace uso de lo que podría ser una tipología psicológica de los pueblos, que se había desarrollado en esa época a partir del conocimiento de diversos pueblos en el mundo romano, aunque los datos no provengan solamente de estudios de historiadores y médicos, sino de filósofos, literatos e inclusive, comediantes.

3.- Nacimiento y transmisión. Bases biológicas.
            El alma humana en su naturaleza es uniforme y tiene su origen en la creación divina a partir del soplo espiritual insuflado por Dios. Pero, como vimos, el alma individual e, inclusive a nivel cultural, es multiforme, y, la pregunta es ¿cómo se origina?, no como naturaleza, sino como sustancia individual. ¿Es a través de la procreación llevada a cabo por los progenitores, y si es así, cómo se produce?, o ¿será el alma preexistente y peregrina por multiplicidad de cuerpos tal como afirman los pitagóricos? Esta última perspectiva es condenada por Tertuliano, simplemente por estar plagada de incoherencias, tales como el pasaje del alma por diferentes cuerpos de diversas especies (hombre, asno, perro, pez, árbol, etc.), lo cual haría que alma tuviera que modificar su propia naturaleza, y por ende, sus potencias. Al mismo tiempo, acusa al pitagorismo de hacer uso de relatos fantásticos y misteriosos para fundar su antropología.
           
Contra la preexistencia del alma. Crítica al argumento de la relación de contrarios.
            En cuanto a los argumentos que cuestiona surgen, más bien, de la lectura del Fedón platónico, y estos son, el de relación de contrarios, y el de la reminiscencia. Estos argumentos permiten defender, por parte de Platón, la preexistencia del alma. Tertuliano busca refutarlos ya que, entre otras cosas, la idea de la preexistencia del alma (y la trasmigración) es declarada por él como generador de las herejías gnósticas, y allí está la clave de su antiplatonismo.
“Así, con un argumento de este tipo, son introducidas por Platón aquellas doctrinas que los herejes se apropian; bastante rebatiré a los herejes si consigo eliminar del argumento de Platón.” (Ibid., XXIII, 6).
            Ante el primer argumento, dice que es constatable y de sentido común que los muertos proceden de los vivos, se puede percibir tal fenómeno. Pero no es constatable que los vivos procedan de los muertos, en otras palabras, que la vida del individuo como unidad de alma y cuerpo, provenga de una vida (alma) preexistente. Para su refutación hace referencia al relato del origen del hombre, en el cual claramente se dice que los primeros hombres surgieron de la procreación entre ellos, y ante todo de la primera pareja. Entonces, los vivos no provienen de otra cosa que de los vivos.
“Así, pues, si desde un inicio los vivos no surgieron de los muertos, ¿cómo iban a hacerlo en un segundo momento de ellos? (…) Si la ley originaria de la creación no intentaba conservar la igualdad, tampoco en toda ocasión los contrarios se han de formar de los contrarios. Se alternan.”. (Ibid., XXIX, 2-3(3)).
            Por tanto, la relación de contrarios debe entenderse no como una relación de recíproca dependencia existencial, sino de mutua alternancia, y también como una dependencia existencial unilateral. Tertuliano abunda en ejemplos sobre esta idea: nacidos-no nacidos, vista-ceguera, juventud-ancianidad, sabiduría-necedad. Cualquiera de estos pares de contrarios no establece que cada elemento dependa en su ser recíprocamente –la ceguera surge de la vista, pero no al revés; la ancianidad surge de la juventud, pero no al revés-, entonces en el par vida-muerte, la muerte surge de la vida, pero no al revés, simplemente se alternan en un sentido general.
            Otro contraargumento es que si la vida surgiera de la muerte, debería darse en equilibrio de seres e idéntica cantidad de los mismos desde el comienzo. Pero no es así, y nuevamente acude al sentido común y a lo observable, y asimismo a conocimientos científicos de su época de índole demográfica. Argumento que, en su contenido, tiene un gran valor de actualidad, y que demuestra además que ya en esa época se daban ciertas dificultades en la relación hombre-medio ambiente.
“Existe una gran prueba del crecimiento humano: somos una carga para el mundo, apenas nos bastan los recursos, hay necesidades cada vez más apremiantes, quebrantos en todos, la naturaleza ya no nos sostiene. Nuevas pestilencias, hambres, guerras y sepultamientos de ciudades se toman como remedios, como una especie de rapado de la excesiva raza humana…”. (Ibid., XXX, 4).
            Por otro lado, plantea que si la vida procede de los muertos (o de un alma preexistente), debe ser de un singular a un singular; así como un vivo singular se transforma en un muerto singular, así será de la otra forma. Pero, vemos que en un mismo vientre pueden gestarse y nacer “gemelos, trillizos y hasta quintillizos”[17], y esto hace caer por tierra la teoría de generación individual de la muerte a la vida, ya que existen individuo casi idénticos surgiendo de un mismo ser.
            Volviendo a la idea de que no es posible que el alma transmigre por diferentes cuerpos, generando seres vivos de naturaleza completamente diferente (pág.17), la misma relación de contrarios avala esto. Lo húmedo es contrario a lo seco, y por tanto el agua es opuesta en naturaleza al fuego, y en este caso uno surge del otro en sentido general, pero no se da oposición entre el agua y la blancura, por tener tan diferentes naturalezas. [18]
            Tertuliano, de esta manera, defiende la unidad de naturaleza del alma. Se multiplica sustancialmente, pero no en naturaleza, y el argumento de relación existencial recíproca de contarios llevaría a plantear lo contrario cuando se aplica a vida-muerte, por lo tanto la idea de preexistencia del alma es inadecuada.                 

Contra la preexistencia del alma. Crítica al argumento de la reminiscencia.
            Otro argumento platónico es el de la reminiscencia: aceptando la realidad cognitiva de la reminiscencia, en el Fedón, debemos asumir que el alma preexiste. La reminiscencia implica que hay un recuerdo de un conocimiento olvidado, y que este proceso cognitivo es realizado por el alma, la cual olvida por causa de su encierro en un cuerpo. Al mismo tiempo, el alma transmigra por diferentes cuerpos, necesariamente –no de manera voluntaria- cumpliendo la ley de la reencarnación. Esta ley permite que el alma, ahora sí libremente, opte por llevar una vida virtuosa y tendiente a la divinidad, o no. De esta manera esta ley de la reencarnación se transforma en ley de castigo y recompensa.
            Tertuliano, encuentra en esta perspectiva algunas cuestiones contradictorias. El alma en vida terrenal actúa y piensa a partir de una naturaleza propia unida a un cuerpo, el cual posee ciertos caracteres y accidentes que lo hacen ser de determinada forma. Por tanto, el alma no actúa y piensa si no es mediante y a partir del cuerpo, de lo que le permite acceder el cuerpo mediante sus órganos y partes. El alma al migrar a otro cuerpo conformará otro individuo que tendrá sus propias necesidades, deseos, pensamientos y acciones, y un futuro juicio a ese individuo, no puede incluir hechos y vivencias del individuo que existió años antes, y que no es el mismo. Un futuro juicio y otorgamiento de castigo o recompensa, debe ser sobre un individuo y sus actos, p.e., Pitágoras, y no incluir también lo hecho por Etálides, Euforbo, Pirro y Hermótimo.[19]
            Asimismo, Tertuliano cuestiona uno de los presupuestos principales de la noción de reminiscencia (anamnéseis), el olvido de los eidos captados intelectualmente por el alma en su vida sin el cuerpo. Mediante una argumentación por el absurdo, acepta las características adjudicadas al alma por Platón: inmortalidad, divinidad, incorporeidad, etc. Si es así, el alma es absolutamente superior al cuerpo. 1) ¿cómo es posible que algo inferior anule el conocimiento del alma?; 2) ¿cómo puede, el alma, olvidar un conocimiento natural y propio de ella, si ni los animales olvidan su conocimiento natural?; 3) suponiendo que el alma pueda olvidar conocimiento semejante, ¿cómo puede volver a poseerlo?.
“(…) ¿haces por naturaleza al alma participante de aquellas ideas o no? (…) Nadie concederá que se pierde el conocimiento natural de las cosas naturales; se pierde de las ciencias, de los estudios, se pierde de las doctrinas, (…). El conocimiento de las cosas naturales no falta realmente ni en las bestias. (…) Por esto, también al hombre, quizá el más olvidadizo de los seres se le mantendrá imborrable solamente el conocimiento de las cosas naturales: es el que se acuerda siempre de comer en momentos de hambre, de beber en momentos de sed, (…). Estos son los sentidos a los que la filosofía desprecia dando preferencia a los elementos intelectuales. Así pues, si el conocimiento natural de las cosas que se perciben por los sentidos es inherente, ¿cómo podrá perderse el que procede de elementos intelectuales, que se considera como mejor?”. (Ibid., XXIV, 4-7).
            De las preguntas anteriores, queda patente, la crítica de Tertuliano; si el alma es cercana a Dios –tal como dice Platón- y naturalmente, el alma, participa de las ideas, ¿cómo es posible el olvido por influjo de una naturaleza inferior, apariencia de la realidad? Por tanto, no tiene consistencia la idea de reminiscencia, y “todo aquello a los que se acomoda se desmorona juntamente (…)”.[20]
            Sin embargo, no hay que confundirse con la retórica del autor, y los argumentos que concede no lo es más que para refutar la tesis contraria. El mecanismo lógico, repetidamente utilizado, es el método per absurdum. Justamente, Tertuliano no acepta, en su tesis, la superioridad de las afecciones y potencias intelectuales sobre las sensibles, como ya hemos visto anteriormente. Pero, bajo la afirmación platónica de tal distinción, cada argumento que respalda la preexistencia y realidad innata del alma, cae por su propia inconsistencia.
            Es importante recalcar el objetivo de Tertuliano, si bien busca explicar racionalmente la inmortalidad y corporeidad del alma, el por qué está referido a: 1) en sentido positivo, argumentar tales atributos del alma, lo cual permite defender la verdad de la resurrección y del juicio final a la persona, ya que si el alma no fuera corpórea no podría interactuar con el cuerpo y hacerlo partícipe de sus actos, lo cual reafirma la idea de que el cuerpo debe resucitar y debe ser juzgado tanto como el alma. 2) en un sentido negativo, cuestionar las tesis paganas clásicas –p.e. la antropología platónica-, quienes fuertemente influyen en las doctrinas gnósticas que cuestionan y hacen tambalear la doctrina cristiana oficial.

El origen del alma individual. Procreación.
            La trasmigración del alma supone que el origen del alma es individual, y que mediante esta metempsicosis busca perfeccionarse. El problema, ya analizado, es que, naturalmente, no puede afirmarse que el alma de tal individuo en tal cuerpo sea la misma que el alma de otro individuo (tiempo después) en otro cuerpo. Tertuliano lo fundamenta en cuanto la unión cuerpo y alma configura una unidad hipostática, que implica acciones y pensamientos asociados y no fragmentarios; en el cómo y por qué de una acción son responsables tanto el alma como el cuerpo, que es quien ejecuta los dictados del alma y de tal forma según su características propias. La solución está en asumir la corporeidad del alma para así poder asociarla la cuerpo, pero al mismo tiempo explicitar la simplicidad e indisolubilidad del alma, para tener el atributo de inmortalidad.
            De esta forma, pregona el origen de las almas de un alma en común, idea afín con el relato del Génesis; y asimismo, la procreación u origen individual, supone la generación a partir de dos almas, o a veces, como lo hace notar, la generación de dos o más almas en conjunto a partir de la unión de dos almas. Todas estas situaciones, observables e investigadas por la ciencia médica y biológica, tira por tierra la idea de trasmigración del alma.
            Ahora, el relato del origen del primer hombre es claro en cuanto de donde proviene el cuerpo y de donde el alma (soplo de Dios), pero, ¿cómo se generan sucesivamente los humanos?, ¿cómo se genera el alma individual?, ¿hay posibilidad de transmisión progenitora de la sustancia del alma, además del cuerpo, o tiene el alma un origen externo?. Según los filósofos, el alma “es recibida en la primera inspiración del infante, así como en la postrera expiración se exhala.”[21]
            En clara crítica a paganos (estoicos, platónicos y escépticos), defiende la idea que el alma se origina en la procreación del individuo, y que la vida del mismo se presenta desde el primer momento de gestación, y agrega que para saber esto basta con el testimonio íntimo de la mujer.
“Responded, madres, vosotras que habéis estado encintas, vosotras, las que sois recién paridoras (…). Se indaga la verdad de vuestra naturaleza, se apela al testimonio de vuestro sufrimiento, si sentíais alguna vivacidad ajena a la vuestra en el feto, del que palpitan las entrañas, palpitan los costados, (…); si estos movimientos son vuestra alegría y seguridad cierta, pues tenéis la confianza de que el niño vive y juega (…).” (Ibid., XXV, 3).
            En los siguientes párrafos, continúa brindando ejemplos, provenientes del quehacer médico, para establecer claramente la verdad de que el alma se genera, se crea individualmente, o mejor dicho se procrea individualmente, y así también, juntamente, el cuerpo. Los ejemplos se refieren a la situación del aborto, y dice que cuando se decide matar un feto, es porque ya anteriormente se asume que tenía vida, o sea, alma; sino no podría hablarse de quitar la vida al feto. Esto da motivo para que realice una clara y cruda descripción de los mecanismos abortivos, sobre todo mediante instrumentos quirúrgicos (“bisturí en forma de anillo”, “garfios romos”, “espejo broncíneo o embriophákten”).
            Para Tertuliano, si el alma existe desde la gestación misma, entonces es posible explicar cómo es posible que el cuerpo interactúe con el alma. Si en su desunión se da la muerte, en su unión se da la vida, y vida hay ya en un feto de días o semanas, por lo tanto el alma surge del acto de procreación, y no proviene del exterior. ¿Qué interviene en la procreación?: el útero femenino, recipiente pasivo –idea manejada desde los griegos-, y el semen masculino, principio activo, y, por lo tanto, transmisor de caracteres y sustancias. Así, el cuerpo como sustancia con sus atributos, y el alma como sustancia, son generados y transmitidos, junto con sus atributos,[22] mediante el semen.
            “Igualmente se unen en la vida las que de la misma manera se separan en la muerte”,[23] dice Tertuliano, y más allá de la aceptación o no de cierta primacía del alma con respecto al cuerpo, la íntima dependencia en vida de ambos, y por tanto su inseparabilidad, lleva a entender a ambas sustancias –corpórea y psíquica[24]- como “coetáneas y pertenecientes al mismo proceso temporal.”[25] De esta manera, ha de ser explicado, sin pudor, qué sucede en la procreación, cómo se generan ambas sustancias constituyentes del ser.
            Si bien, el tratamiento de este proceso se nutre de conceptos y ejemplos biológicos, el fundamento primario, para él, sigue siendo la tradición y la autoridad, y así lo demuestra una y otra vez, citando las Sagradas Escrituras (en esta cuestión, exclusivamente, el libro del Génesis) antes de citar cualquier otro texto o pensador.             Entonces, el alma y el cuerpo tiene un mismo y coetáneo origen y progenitor, y esto está ya hecho y expresado por Dios: el hombre fue creado de “dos elementos distintos y diferenciados, limo y soplo”[26]; es el origen del primer hombre, y, luego  añade, cómo es que el hombre por sí mismo puede multiplicarse y transmitir esos dos principios o sustancias, también con un mismo y coetáneo origen a partir del semen.
“(…) juntas ya ambas sustancias en un único individuo mezclaron igualmente su semen, y tras ello transmitieron a la especie el modo de propagación de manera que ahora también las dos semillas, a pesar de ser distintas, fluyen a la vez unidas y a la par introducidas en el surco, en su propio campo, produzcan en unión, a partir de ambas sustancias, al hombre, (…).” (Ibid., XXVII, 8).
             Finalmente, no es menos sorprendente el argumento utilizado por Tertuliano, para defender la existencia del alma en el semen, tomando como ejemplo irrefutable la sensación cálida y anímica que experimentamos en el momento de la eyaculación[27]. Digo sorprendente por su postura moral rígida (comenzando el siglo III, integra activamente la secta cristiana moralista de los montanistas) y su crítica abierta a los saberes paganos como fundamentos de la verdad. Pero, aún así, no debería sorprender ya que Tertuliano fue el primer pensador eclesiástico que asumió sin prejuicios la labor de defender la doctrina ortodoxa, haciendo uso de los recursos adquiridos en su formación ciudadana (p.e. retórica, y lectura de los clásicos), lo que le llevó en algunos casos a extralimitarse en sus ideas según los posteriores criterios de la ortodoxia conciliar, y ser calificado de heterodoxo, y sus obras excluidas del canon doctrinal de los Santos Padres.

4.- Conclusiones. Configuración de la idea de Persona (hypostasis).
            La idea de alma está marcada, en esta obra del autor, por la necesidad de demostrar su inmortalidad con miras a un juicio y posible recompensa o castigo. Pero, al mismo tiempo, es necesario fundamentar, (1) por un lado, la íntima conexión vital entre la carne o cuerpo, y el alma, la íntima relación entre sentimientos y afecciones corporales, entre voluntad y ansias, y acción física; nuestro saber y actuar tiende y debe ser unitario, y si el alma estuviera separada en naturaleza del cuerpo, no sería posible tal unión vital; (2) por otro lado, la revelación escatológica anunciada por Cristo, no tendría lugar, racionalmente hablando, si el cuerpo resucitado no pudiera unirse nuevamente, en forma íntima con el alma inmortal, ya que el juicio final del alma individual es sobre las acciones del mismo, llevadas a cabo por la voluntad y la decisión anímica pero mediante las herramientas del cuerpo.
            Esta cuestión provoca la imprescindible reformulación conceptual del ser humano individual. La concepción pagana tradicional, en la cual la dicotomía cuerpo-alma está sumamente marcada, no permite fundar una antropología en la cual el individuo, como unidad, vive y es juzgado de esa manera, y no permite fundar una perspectiva ética, definida en los escritos paulinos, por la cual el saber y la teoría son simples medios para encauzar una práctica de vida conforme a Dios –la suma valoración del acto sobre la palabra, y de la caridad sobre la elocuencia.
            Tertuliano lleva a cabo un abordaje conceptual, asimilando la palabra griega hypostasis con la latina persona. Busca, de esta manera establecer claramente la significación de lo individual perteneciente a una determinada naturaleza, y en la cual puede coexistir más de una persona. Pero, sobre todo, persona implica un individuo en unidad de naturaleza, y no una unión antinatural tendiente a la escisión. Esto le permite fundar conceptualmente la imagen trinitaria, en la cual tres personas en sus diferencias, son una unidad en naturaleza y no proclives a la escisión[28] –y, por lo tanto, a la distinción divina, argumento del politeísmo.
            El individuo humano, la persona humana –a imagen de Dios-, se constituye de dos sustancias naturalmente coexistentes por estar conformadas en la misma naturaleza.
            Esta idea va a ser, posteriormente, esencial en la configuración definitiva de una antropología cristiana a partir del abordaje realizado por San Agustín, y luego, bajo influencia del aristotelismo, mantenida desde otros conceptos por los escolásticos clásicos. La idea del individuo humano como una unidad y dualidad a la vez, unidad en  naturaleza, y dualidad en sustancia; cuestión profundizada por Agustín en su explicación de la trinidad y unidad en el hombre como imagen de la respectiva en Dios.   
* * *
Bibliografía.
CANALS VIDAL, F.: Historia de la Filosofía. Curso de Filosofía Tomista, Editorial Herder, Barcelona, 2002.
GARRIDO, Juan José: El pensamiento de los Padres de la Iglesia, Akal, Madrid, 1997.
GILSON, E.: La filosofía en la Edad Media. Gredos, Madrid, 2007.
TERTULIANO: Acerca del alma (De Anima). Akal/Clásica, Clásicos Latinos, Nº63. Edic. Akal, Madrid, 2001.
(Liber De Anima. Documenta Católica Omnia,: en http://www.documentacatholicaomnia.eu/02m/0160-0220,_Tertullianus,_De_Anima,_MLT.pdf)
TERTULIANO: The soul’s testimony (De testimonio animae). Christian Classics Ethereal Library. Calvin College: en http://www.ccel.org/ccel/schaff/anf03.iv.x.html
TERTULIANO: Apologético (Apologeticum). Edit. Gredos, Madrid, 2001.
TERTULIANO: Against Praxeas (Adversus Praxeam). Christian Classics Ethereal Library. Calvin College: en http://www.ccel.org/ccel/schaff/anf03.toc.html
TERTULIANO: Sobre la prescripción de los herejes (De praescriptione adversus haereses). Edit. Ciudad Nueva, Madrid, 2001.

Prof. Nicolás Moreira Alaniz
Docente de Historia de la Filosofía Medieval
Dep. de Filosofía – Instituto de Profesores “Artigas”


[1] Sobre la prescripción de los herejes, XIX, 1-3.
[2] Acerca del alma, IV, 1.
[3] La distinción entre lo corpóreo sensible y lo corpóreo espiritual o intelectual, sienta sus base en la posibilidad de comprender la mutua relación entre el cuerpo y el alma, sin asumir plenamente la materialidad de la misma. Siglos más tarde, bajo la influencia del pensamiento de Avicebrón (Ibn Gabirol) –siglo XI-, se introducirá el concepto de materia espiritual en la escolástica europea.
[4] Ibid., IX, 1.
[5] Escuelas pneumáticas (aparentemente, influido por ésta en cuanto a la primacía del elemento aire-fuego en relación a la salud; eclécticas; y metódicas (de la cual nombra, más de una vez en este tratado, al médico ginecólogo Sorano de Éfeso).
[6] “Non enim et sentire intelligere est, et intelligere sentire est ? Aut quid erit sensu, nisi ejus rei quae sentitur intellectus ? Quid erit intellectus, nisi ejus rei quae intelligitur sensus ?. » (Liber De Anima, XVIII, 7). ¿No es, pues, sentir comprender, y comprender sentir?, o ¿qué será la sensación sino el conocimiento intelectual de eso que se percibe por los sentidos?, ¿qué será el conocimiento intelectual sino la facultad sensitiva de eso que se discierne con la inteligencia?.
[7] El alma es, entre otras características corpóreas, tenue, aérea y lúcida, por similitud y procedencia pneumática o áerea, pero no es aire, “pues tampoco en las gemas cerannias hay una sustancia ígnea por el hecho de que centelleen con un rojo brillante (…), pero, puesto que todo lo tenue y lúcido es semejante al aire, esto será el alma, (…) dado que debido a la sutileza de su liviandad pone en duda su corporeidad.” (Ibid., IX, 6).
[8] Ibid., IX, 5.
[9] Ibid., XII, 6.
[10] Tertuliano, en esta sección, junto a la idea de trinidad, incluye las palabras en latín que corresponderían con las expresadas en griego antiguo por Platón en cuanto a las tres dimensiones o partes del alma humana: racional, irascible, y concupiscible. “Ecce enim tota haec trinitas et in domino: et rationale, quo docet, quo disserit, quo salutis uias sternit, et indignatiuum, quo inuehitur in scribas et Pharisaeos, et concupiscentiuum, quo pascha cum discipulis suis edere concupiscit (Liber de Anima, XVI, 4). Realmente resulta que toda esta trinidad se encuentra también en el Señor: la racional con la que enseña, discute, allana los caminos de la salvación; la irascible con la que se enfrenta a los escribas y fariseos; y la desiderativa con la que desea en la pascua comer con sus discípulos.
[11] En referencia a esta idea de unidad en la distinción, Tertuliano es, parece ser, el primer pensador cristiano que introduce la idea de Trinidad –ya manejada vagamente por los primeros escritores- como unidad de naturaleza divina y trinidad hipostática. Término, éste, que también aparece, posteriormente,  explicando la doble naturaleza cristológica en una única persona o hipóstasis. En Against Praxeas (Adversus Praxeam) dice: “…creemos que hay un único Dios, pero bajo la siguiente dispensación o economía (oikonomia), como es denominada, este único Dios tiene, asimismo, un Hijo, su Verbo, el cual procede de Él,  por quién fueron hechas todas las cosas, y sin él nada fue hecho.”, y “… por ello el Todo es Uno, por unidad de substancia; mientras, el misterio de la dispensación se mantiene protegido, el cual distribuye la Unidad en la Trinidad, estableciéndose en orden las tres Personas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo: tres, sin embargo, no en condición, pero en grado; no en substancia, pero en forma; no en poder, pero en aspecto; y aún así, de una única substancia, de una única condición, y de un único poder, …”. (Against Praxeas, II). Dispensación, economía, distribución, son conceptos que refieren a una expresión de la misma y única divinidad en tres hipóstasis con sus respectivas formas y aspectos.
[12] Contra Marción, I, 1; Sobre la prescripción de los herejes, XIX, 1-3.
[13] Ibid., XVII, 10.
[14] Llamo nuevo testimonio a uno que es más conocido que toda la literatura, menos discutido que toda la doctrina, más público que todas las publicaciones, mayor que toda humanidad, me refiero a todo lo que es el hombre. (...)Pero a ti te llamo de esta manera, no como lo que está de moda en las escuelas, formado en las bibliotecas, alimentado en las academias del ático y pórticos, la sabiduría personal. Me dirijo a ti [el alma] sencilla, grosera, inculta y sin instrucción, tal como eres, sin nada más (...).” (The soul’s testimony, I).
[15] Ibid.13, XVIII, 12.
[16] Ibid., 6.
[17] Ibid., XXXI, 1.
[18] No es posible la trasmigración del alma, en el sentido que se configuran individuos con diversas tendencias, potencias y funciones (entendidas como naturaleza), las cuales pertenecen al alma, entonces tendríamos que llegar a plantear que de ciertas naturalezas pueden surgir otras no asociadas con la original: “… así resultan ser opuestas al agua aquellas áridas y secas: se complacen asimismo en las sequedades las langostas, las mariposas, los camaleones; de igual modo son opuestas a la sangre las que carecen de su púrpura: los caracoles, los gusanillos y la mayor parte de los peces; opuestas al espíritu, sin embargo, las que no parece que respiren, debido a su carencia de pulmones y arterias: los insectos, hormigas, polillas y toda esa raza diminuta; …” (Ibid., XXXII, 3). Haciendo uso de su ironía, aplica la misma situación a una posible diversidad de naturalezas humanas, si es que tomamos en cuenta a los filósofos y sus doctrinas: “Por lo demás, si tomara los átomos de Epicuro y viera los números de Pitágoras, y me topara con las ideas de Platón, y me ocupara de las entelequias de Aristóteles, hallaría quizá también seres animados de estas especies que podría oponer en razón a sus elementos divergentes.” (Ibid., 4).
[19] Ibid., XXVIII, 3.
[20] Ibid., XXIV, 12.
[21] Ibid., XXV, 2.
[22] La transmisión de ciertos atributos del progenitor en el nuevo ser, serán de índole corporal, y también de índole psíquica. Entre los caracteres psíquicos que el nuevo ser “hereda”, según Tertuliano, está el manifestado por la caída del hombre, la naturaleza pecadora. De esta manera, la explicación médica del origen del alma, permite fundamentar las bases de una tendencia, relativamente importante en su época, que fue el traducianismo, o sea la aceptación de que el pecado original se transmite en la procreación.
[23] Ibid., XXVII, 3.
[24] Hay que recordar  la distinción sutil entre cuerpo y alma. El alma es sustancia corpórea, aunque diferente, en su manifestación y potencia, al cuerpo mismo. Las mismas palabras –corporalem, corporali, corporale- utiliza para expresar la corporeidad del alma, como también para distinguir la sustancia corpórea de la sustancia anímica o psíquica –animalem. En este caso, en la distinción también hace uso de la palabra carne (carnis) para referirse al cuerpo concreto. Ante todo, la claridad conceptual que pretende Tertuliano, viene de la mano con la, siglos después, utilizada en la explicación de la cuestión cristológica y trinitaria: en este caso, existe una única naturaleza (corpórea) con manifestación en dos sustancias (corpórea o corporal, y psíquica o espiritual).
[25] Ibid., 4.
[26] Ibid., 8. Limo (limus): tierra húmeda, barro. Soplo (flatus): aliento, espíritu insuflado.
[27] Ibid., 5-6. Hay una crítica a la idea estoica y platónica del alma como soplo o aliento de carácter frío. El alma, para Tertuliano, tiene como uno de sus atributos corporales, el calor. Esto le sirve de base para explicar por qué experimentamos tal fuerza calórica al momento de la eyaculación. De esta forma, en el semen coexisten ambos principios: el húmedo y denso que transmite la sustancia corpórea, y el cálido y tenue que transmite la sustancia anímica o psíquica.
[28] “(…) non in unum: nam nec semel sed ter, ad singula nomina in personas singulas, tinguimur.” (Adversus Praxeam, XXVI, 9). (…) sin embargo, no es solo uno, sino tres momentos, que están inmersos en tres personas, cada una con sus nombres propios. (Against Praxeas, ibid.).

1 comentario:

  1. Qué interesante. Me he quedado muy impresionado con esta lectura.

    ResponderEliminar