lunes, 27 de agosto de 2012

HILDEGARDA DE BINGEN - “LIBRO DE LAS OBRAS DIVINAS” (LIBER DIVINORUM OPERUM)

HILDEGARDA DE BINGEN - (1098-1179)

PRIMERA PARTE – CAPS. 99-105.
El hombre tiene grabados en los cinco sentidos las señales de la omnipotencia de Dios. Tiene que conocer y adorar a su Creador que es uno en la Trinidad y trino en la unidad. Por esto ha sido creado y rescatado después de la caída, para que fuera el señor del mundo y en el cielo diera vida al décimo coro.
CII. Dios reina en el cielo con el poder de toda su potencia, ilumina a las estrellas, y examina a las demás criaturas. Y el hombre se sienta sobre el trono, que es la tierra, y domina las otras criaturas, porque tiene grabadas las señales de la omnipotencia de Dios.
Estas señales son los cinco sentidos del hombre que provienen de la potencia de Dios, con los que el hombre entiende y siente que tiene que adorar con recta fe la Trinidad en la unidad, y la unidad en la Trinidad en Dios. La adoración de Dios es el ornamento de los nueve coros de los ángeles, de los cuales fue expulsada y destruida la fila de los diablos. El hombre en realidad es el décimo coro, que Dios mismo restauró poniéndolo en el sitio de los ángeles caídos, porque Dios quería hacerse hombre. Su humanidad es la torre donde caminan los que forman parte del décimo coro. Pues, como ya se ha dicho, Dios ha representado en el hombre tanto las criaturas superiores como las inferiores. Y el hombre, después de haber sido invadido por el aliento de la vida, que es el alma, se levantó y conoció todas las criaturas, y las acogió en su ánimo con amor fuerte.
 La naturaleza del alma es de fuego y encierra en sus energías muchas posibilidades de acción. A través del alma conoce a Dios, gobierna su propio cuerpo, lo hace sensible y lo mueve a cumplir las obras.
CIII. El alma del hombre es de fuego que calienta y vivifica todo el cuerpo, y por esta causa el hombre está dotado de sangre. El alma además sigue los caminos del viento, porque lleva la respiración dentro del hombre y la emite fuera. Cuando lo lleva al interior, el hombre se seca, lo cual es útil, porque su carne adquiere salud a causa de esta acción secante, y cuando lo emite fuera, el fuego interior del hombre se debilita y manda calor al exterior. De ello se deriva que todo el cuerpo esté dotado de sensibilidad, para poder permitir al hombre vivir y dominar los cinco sentidos con sus funciones. Si el calor no saliera al exterior, el fuego del alma ahogaría el cuerpo, lo mismo que cuando el fuego devora una casa.
Gracias a las fuerzas del alma el hombre se reviste de carne y de sangre y alcanza su completo desarrollo, igual que los frutos de la tierra maduran gracias al soplo de los vientos. Como es de fuego, el alma reconoce tener un Dios. Y como es respiración espiritual, comprende que puede servirse del cuerpo para actuar. Por eso Dios le ha mandado hacer sus obras con justicia y no mirar al abismo del norte, donde el primer ángel quiso reinar y cayó. Efectivamente, cuando hubo reunido voluntariamente todo el orgullo y toda la soberbia de que era capaz, enseguida voló velozmente en dirección al norte, haciendo todo lo que quiso y de cualquier modo. El orgullo y la alada soberbia son parecidos a las aguas que ningún barco podrá surcar nunca, porque son desagradables a Dios y a los hombres, y lo destruyen todo. Por esta razón sus obras fluyen fuera sin que la caridad las traspase, porque no pueden querer ni ser queridas por los corazones fieles, sino quieren apoderarse de lo que no tienen y dar órdenes a aquellos sobre quienes no tienen ningún poder. Por eso están destinadas a la ruina.
El alma, pues, es la señora de la casa del cuerpo, en el que Dios ha formado todas las habitaciones de las que ella tuvo que tomar posesión. Nadie puede verla, como ella no puede ver a Dios mientras esté en el cuerpo, sino en la medida en que lo ve y lo reconoce mediante la fe. El alma actúa en el hombre con todas las criaturas que han tenido origen de Dios, de modo que, como la abeja construye en su colmena el panal de miel, el hombre puede llevar a cumplimiento su obra, comparable a un panal, con la ciencia del alma, que es
como el dulce líquido que lo llena. Y ya que ha sido mandada por Dios, pone en el corazón, y luego recoge en el pecho, los pensamientos que pasan posteriormente a la cabeza y a todos los miembros del hombre. Además penetra en los ojos, que son las ventanas por las que conoce a las criaturas ya que, estando llena de racionalidad, distingue solo con el nombre las energías de estas criaturas. Por consiguiente el hombre lleva a cabo sus obras para satisfacer todas sus necesidades según la voluntad de sus pensamientos, porque cuando el viento de la ciencia del alma se mueve en el cerebro, desciende transformándose en pensamientos del espíritu, y así se cumple la obra de la voluntad. El alma, en su ciencia, siembra lo que realizan los pensamientos, y estos actos se cuecen por el fuego del alma adquiriendo ese gusto juiciosamente apreciado.
Y todavía el alma introduce dentro del hombre el alimento de las comidas y las bebidas para restaurar la carne. Gracias a sus energías, el hombre ordena y dispone como tiene que desarrollarse y asumir consistencia en las diversas partes de su cuerpo, y llena las entrañas con sus fuerzas. El alma no es de carne ni de sangre, pero llena una y otra para que vivan con ella, porque ha sido creada racional por Dios, que ha inspirado la vida al primer hombre hecho de barro. Por eso el alma y la carne son una única obra en dos naturalezas. Al cuerpo humano el alma le aporta el aire en el acto de pensar, el calor para reunir las fuerzas, el fuego para sustentarlo, el agua en hacerlo crecer, la fecundidad en reproducirse, como ha sido establecido desde la creación del primer hombre, y está en todas sus partes, arriba y abajo, alrededor y dentro del cuerpo. Así está hecho el hombre.
Comentario al primer capítulo del Evangelio según Juan
CV. “Al comienzo fue el Verbo” (Jn 1,1) Esto se interpreta así: Yo, que no tengo principio, de quien todos los principios proceden, yo que estoy en lo antiguo de los días, digo: Yo soy por Mí mismo, soy día que no tuvo origen en el sol, sino que ha encendido el sol. Yo soy razón, no la que viene de la palabra de otro, sino aquella por la que toda racionalidad vive y respira. Para contemplar mi rostro he hecho los espejos en que observo todos los milagros imperecederos de mi eternidad y he dispuesto estos espejos para que concuerden entre ellos en las celebraciones de alabanza, porque tengo la voz del trueno, con la que animo a todo el mundo con las voces vivientes de todas las criaturas. Éstas son las obras realizadas por Mí desde el comienzo de los tiempos, porque por mi Verbo, que siempre estuvo en Mí y está en Mí sin principio, ordenó que apareciera un gran resplandor y junto a él innumerables chispas, que son los ángeles. Pero ellos, en cuanto se dieron cuenta de su misma luz, se olvidaron de Mí y quisieron ser como Yo soy. Por eso, en un estruendo de trueno, la venganza de mi cólera contra la soberbia con que se habían enfrentado a Mí, los precipitó en el abismo, porque Dios es único y ningún otro puede serlo.
Entonces dentro de Mí planeé una obra pequeña, que es el hombre, y la hice a mi imagen y semejanza para que actuara de acuerdo conmigo, ya que mi Hijo, en cuanto hombre tendría que revestirse con el vestido de carne. He creado al hombre racional con mi misma racionalidad y he impreso en él la señal de mi poder, y así la racionalidad del hombre se expresa en su habilidad para comprender todas las cosas, nombrándolas y numerándolas. Efectivamente, el hombre no discierne las cosas más que por los nombres, y no conoce su multiplicidad más que por el número. Yo también soy el ángel de la fuerza, ya que me anuncio a través de las filas angélicas con milagros y me manifiesto a todas las criaturas en la fe, por lo cual me reconocen como Creador, y sin embargo ninguna criatura puede proclamarme en toda mi plenitud.
En realidad, el hombre es el vestido en el que mi Hijo manifiesta, revestido con el manto de su real potencia, ser vida de la vida y el Dios de toda criatura. Nadie fuera de Dios puede contar las filas de los ángeles que están al servicio de su real potencia. Nadie puede indicar con precisión cuantos son los que individualmente le profesan Dios de todas las criaturas, y ninguna lengua es capaz de explicar cuantos son los que particularmente le proclaman vida de toda vida. Por eso son dichosos los que viven con él.
Dios ha representado todas sus obras en la forma del hombre, como se ha dicho. Y como resumen queremos enseñar algunos ejemplos:
En la forma redonda del cerebro del hombre enseña su dominio, porque el cerebro sustenta y gobierna todo el cuerpo, y en el pelo indica la potencia, que es un ornamento suyo, como el pelo adorna la cabeza. En las cejas de los ojos enseña su fuerza, porque las cejas son la protección de los ojos, destinados a alejar cuanto les pueda dañar y a enseñar la belleza del rostro, y son como las alas de los vientos, cuyas plumas las levantan y sostienen, como un pájaro que con sus alas se levanta en vuelo y se posa, porque el viento sopla tomando fuerza de la fuerza de Dios y los soplos del viento son sus alas. En los ojos del hombre, Dios enseña su ciencia, gracias a la que prevé y conoce con antelación todas las cosas. Los ojos reflejan en sí la multiplicidad de las cosas, porque son brillantes y acuosos, como la sombra de las otras criaturas se refleja en el agua. En efecto, el hombre conoce y discierne todas las cosas con el órgano de la vista, y si no las hubiera visto, estarían muertas, por así decirlo. En el oído, Dios le abre todos los sonidos de alabanza en los ocultos misterios de las filas angélicas, por los cuales recibe perpetuo loor. Sería absurdo que Dios no fuera conocido por otros más que por si. Puesto que los hombres se conocen el uno al otro con el oído, el hombre entiende dentro de sí todas las cosas. Estaría como vacío, si le faltara el oído.
En la nariz Dios enseña la sabiduría, por medio de la completa habilidad para ordenar los olores, de forma que el hombre reconoce por el olor lo que la sabiduría dispone. El olfato se expande en todas las direcciones, atrayendo las cosas para saber qué son y las cualidades que tienen. En la boca del hombre, por fin, Dios muestra su Verbo por el que ha creado todas las cosas, lo mismo que en la boca se profieren todas las palabras con el sonido de la razón. Con el sonido de la voz, el hombre expresa la multiplicidad de las cosas, como hizo el Verbo de Dios creándolas en el abrazo de la caridad, de modo que no faltase a su obra nada de lo que es necesario. Y como las mejillas y el mentón están alrededor de la boca, así el Verbo, cuando resonó, tuvo en si el principio de todas las criaturas y en aquel momento todas las cosas fueron creadas.
(...)
Cuando el Verbo de Dios resonó, llamó a si a todas las criaturas que fueron preordenadas y dispuestas por Dios antes de todos los tiempos, y su voz suscitó a la vida a todas las criaturas. Y así quiso que también se marcase en el hombre, en cuyo corazón el Verbo dicta secretamente, antes de decirlo al exterior, lo que al emitirlo todavía está cerca de de él, y así, lo que el Verbo dice está en el Verbo. Cuándo resuena el Verbo de Dios, el Verbo aparece en toda criatura y su sonido es vida en toda criatura. Por esta razón la racionalidad del hombre cumple las obras a partir de la palabra, y el sonido de la palabra presenta sus obras con la música, la voz y el canto, ya que gracias a la fineza de su arte hace repicar entre las criaturas cítaras y tímpanos, porque el hombre es de naturaleza racional a causa del alma viviente, como Dios ha querido. El alma atrae a sí a la carne con su calor. (...). La carne, si no tiene alma racional, no se mueve; es el alma quien mueve la carne y la hace vivir, pues la carne se adhiere al alma racional, como las criaturas se adhieren al Verbo. Por esta razón el hombre ha sido creado por voluntad del Padre. Pero del mismo modo que el hombre no sería tal sin las conexiones de las venas, tampoco podría vivir sin el resto de las criaturas, porque, en cuanto mortal, no puede infundir vida a sus obras, ya que su vida tiene como principio a Dios, mientras Dios infunde vida a su obra, porque es vida que no tiene principio.
(...)
El hombre es como la luz de las demás criaturas que viven sobre la tierra, los cuales a menudo acuden a él y con gran amor lo acarician. Por eso el hombre a menudo trata de conseguir la criatura que estima. Al contrario, la criatura que no quiere al hombre, le huye, y pisa y destruye todo lo que es útil al hombre, porque le tiene un temor espantoso y no soporta su existencia, por eso, en muchos casos, lo ataca para privarlo de la vida.
(...)
El hombre es inteligente y sensible. Inteligente porque comprende todas las cosas, sensible porque percibe las cosas que están presentes a él, puesto que Dios llena de vida toda la carne del hombre, cuando exhala sobre ella el soplo de la vida. Por esta razón, con la ciencia del bien y el mal, el hombre elige lo que le gusta y rechaza lo que detesta.

Textos seleccionados por Prof. Nicolás Moreira.

martes, 21 de agosto de 2012

« SIC ET NON » (Sí y no) de Pedro Abelardo - fragmentos de texto

PEDRO ABELARDO (1079-1142)

Entre las muchas palabras de los Santos Padres, algunas parecen no sólo diferir entre sí, incluso se contradicen entre sí. Por lo tanto, no es presuntuoso juzgar de aquellos por los cuales será el mundo en sí mismo considerado, como está escrito, "Y juzgarán a las naciones" (Sabiduría 3:8) y, de nuevo, "te sentarás y juzgarás" (Lucas 22: 30). No pretendemos reprochar estas palabras como falsas o denunciarlas como erróneas a quien el Señor dijo: "El que a vosotros oye a mí me escucha; quien a vosotros desprecia me desprecia" (Lucas 10:26). Tomando en cuenta nuestra estupidez, creemos que nuestro entendimiento es defectuoso en lugar de la escritura de aquellos a quienes la verdad misma, dijo: "No sois vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros" (Mateo 10:20).

(…) Nuestra búsqueda de la plena comprensión se ve obstaculizada sobre todo por los modos inusuales de expresión y por los significados diferentes que se pueden conectar a una sola y misma palabra, como una palabra se utiliza ahora en un sentido, ahora en otro. Así como hay muchos significados también hay muchas palabras. Tulio dijo que la igualdad es la madre de la saciedad o (hartura) en todas las cosas, es decir, que da lugar a disgusto exigentes, y por lo tanto es apropiado utilizar una variedad de palabras en la discusión de la misma cosa y no para expresando todo mediante el uso  de palabras comunes y vulgares ....

También hay que tener especial cuidado de que no dejarse engañar por las corrupciones del texto o las falsas atribuciones, cuando se citan dichos de los Padres que parecen diferir de la verdad o es contraria a ella, porque muchos escritos apócrifos están establecidos bajo nombres de los santos para reforzar su autoridad, e incluso los textos de las Escrituras divinas son corrompidos por los errores de los escribas. El escritor más fiel y verdadero intérprete, Jerónimo, por lo tanto nos advirtió: "Guardaos de los escritos apócrifos ...." 
(...) Si en los mismos evangelios hay cosas que son corrompidos por la ignorancia de los escribas, que no es de extrañar que lo mismo haya sucedido algunas veces en los escritos de los Padres (...).

No es menos importante, en mi opinión, determinar si los textos citados de los Padres pueden ser los que ellos mismos han retractado y corregido luego que llegaron a una mejor comprensión de la verdad, como lo hizo Agustín, bendecido en muchas ocasiones, o si se le está dando la opinión de otro en lugar de su propia opinión. . . o si, al indagar sobre determinadas cuestiones, se dejó todo en espera y no se estableció una solución definitiva ....

Con el fin de que el camino no sea bloqueado y que la posteridad no esté privada de mano de obra sana para tratar y debatir las preguntas difíciles de la lengua y el estilo, uno debe distinguir entre la obra de autores posteriores, y la suprema autoridad canónica del Antiguo y Nuevo Testamento. (...) Pero si algo parece contrario a la verdad en las obras de autores posteriores, que se encuentran en innumerables libros, el lector o el auditor es libre de juzgar, de modo que se puede aprobar lo que le agrada y rechazar lo que ofende, a menos que la materia se establece por cierta razón o por la autoridad canónica.

(...) Este cuestionamiento excita a los jóvenes lectores el máximo de esfuerzo en investigar la verdad, y esa investigación agudiza la mente. El cuestionamiento asiduo y frecuente es en realidad la primera llave de la sabiduría. Aristóteles, el más perspicaz de todos los filósofos, exhortó a los estudiosos a esta práctica con entusiasmo, diciendo: "Tal vez es difícil expresarse con confianza en estos asuntos si no han sido muy discutidos. Albergar dudas sobre determinados puntos no es rentable". (...) Con el objetivo de enseñarnos con su ejemplo, Jesús eligió, cuando tenía unos doce años, sentado en medio de los doctores, cuestionarlos, presentando el aspecto de un discípulo al cuestionar, más que de un maestro de la enseñanza, aunque se diera en él la sabiduría completa y perfecta de Dios. Donde hemos citado textos de la Escritura, mayor será la autoridad atribuida a la Escritura, más que estimular la lectura y atraer a él a la búsqueda de la verdad. De ahí que haya precedido a este libro, compilado en un volumen del dicho de los santos, el decreto del Papa Gelasio sobre los libros auténticos, para que pueda ser conocido que nada he citado de los libros apócrifos.


Traducido por Nicolás Moreira Alaniz, Dep.de Filosofía, IPA, 2012.

Fuente: Brian Tierney, ed., Great Issues in Western Civilization , vol 1 (New York, Random House, 1972), pp. 412-414.

miércoles, 15 de agosto de 2012

“Corporalem animae substantiam: la corporeidad y simplicidad del alma en el pensamiento de Tertuliano”

Prof. Nicolás Moreira Alaniz

Introducción.
            A mediados del segundo siglo de nuestra era aparecen, dentro del seno del cristianismo, escritores cuyo objetivo principal, no el único, es el de defender la forma de vida y las verdades de la naciente comunidad de fieles. Esta defensa va dirigida contra los, cada vez, más profundos y sistemáticos, ataques de algunos exponentes relevantes de la cultura greco-romana. Ataques verbales por parte del ámbito filosófico y del místico-religioso pagano; y decisiones jurídicas que habilitan persecuciones y ajusticiamiento por parte del Estado Imperial. Estas últimas, comienzan a desarrollarse, por breves lapsos, desde mediados del siglo I, y prosiguen en el siglo II, y con más fuerza durante el tercer siglo (persecuciones de Septimio Severo, Decio, y Diocleciano).
            La, cada vez, más heterogénea población que comprende a la sociedad romana, y no romana dentro del imperio; los continuos asedios e incursiones fronterizas por parte de pueblos germanos desde el siglo II; la progresiva crisis económica provocada por un gasto público excesivo motivado por guerras de conquistas o defensa de fronteras; la mezcla de elementos culturales que van transformando y, en algunos casos, sustituyendo, a las tradiciones religiosas y morales constituidas en la República romana; entre otras causas, fueron generando un estado de situación conflictivo a nivel social, donde el elemento cultural novedoso, distinto, en pleno desarrollo, pero minoritario y débil al fin, se podía transformar en causa de la crisis socio-económica. Así, comenzó, lentamente, a suceder con el cristianismo.
            Las acusaciones que relatan estos defensores o apologistas del siglo II y III, se refieren a cuestiones relacionadas con la práctica de vida, y en menor grado, por convicciones y creencias teóricas. Justamente, estas creencias (para el cristiano, verdades reveladas y transmitidas en las Sagradas Escrituras) marcan el camino y configuran una práctica de vida que en algunos casos entra en conflicto con la moral pagana tradicional y actual. A la sospecha de subversión por el carácter comunitario (sectario, para los acusadores) de las iglesias cristianas, se suma, la presunción de actos de antropofagia e incesto en esas comunidades. Seguramente conocedores, directa o indirectamente, de las prácticas rituales cristianas, los acusadores, no podían concebir la afirmación de alimentarse con el cuerpo y la sangre de un ser humano, en este caso, Jesús; la creencia en la transubstanciación debería ser transmitida y explicada de una forma comprensible para la mentalidad helenístico-romana.
            En escritos, posteriormente canónicos, como Hechos de los Apóstoles, se narra por parte de Lucas, el encuentro de Pablo de Tarso, en Atenas, (H.A., 17, 22-34) con representantes de las escuelas estoicas y académicas. Allí, explicita la creencia en un único y todopoderoso Dios, idea que no era extraña en el ámbito filosófico; pero, a su vez, realiza una defensa de ideas absolutamente impensables para los paganos: encarnación de Dios; suplicio y muerte de Dios; resurrección de los muertos. Pablo termina siendo incomprendido y cuestionado en el Aerópago.
            Otro motivo de acusación para con los cristianos es el de subversión política, y es que la creencia en un Dios único y absoluto, negando inclusive la existencia de deidades menores, llevó, en la práctica, a la no participación en eventos y festividades religiosas tradicionales. Pero, peor aún, fue la negación a rendir culto al emperador, ya que la tendencia, sobre todo comenzando el siglo II fue la de asumir el carácter divino del emperador, y sumado esto a la negativa a pagar tributos para el mantenimiento de los templos paganos, constituyó, junto al anterior, causa de acusación de desobediencia política.
            Los primeros apologistas o apologetas cristianos, la mayoría de la parte oriental del Imperio, fueron Cuadrato, Atenágoras de Atenas, Arístides de Atenas, Justino de Samaria el mártir, Taciano el sirio, Melitón de Sardes. Desarrollaron su actividad durante los gobiernos de la dinastía Antonina posterior a Trajano (Adriano, Antonio Pío, Marco Aurelio, Cómodo). En este contexto nace y se forma Quinto Septimio Florente Tertuliano (160-220 aprox.), oriundo de Cartago, en el noroeste del Africa Proconsular.
* * *

            Tertuliano ha sido catalogado como el primer teólogo cristiano, también el primer representante sobresaliente de la Iglesia cristiana en Occidente. Tales calificativos se deben, más allá de posibles cuestionamientos nominales, al valor de su pensamiento en la conformación de una naciente dogmática cristiana, la cual debe hacer uso, consciente o no, de recursos externos al de la revelación y la autoridad apostólica. Estos recursos, son los de la palabra y la argumentación; es necesario defenderse de las acusaciones, y a su vez llevar a cabo la predicación (kerygma) y exhortación (proteptikón) a los no conversos. Ya, desde la etapa apostólica, la cuestión de la conversión de no judíos estaba en discusión; la apertura de la predicación paulina en poblaciones ajenas al judaísmo es un ejemplo, y la problemática de la adecuación de los criterios de conversión y ritualismo de cristianos helenistas es narrado en Hechos de los Apóstoles (15, 22-35).
            Volviendo a nuestro pensador Tertuliano, justamente, tuvo una formación rigurosa en lo relativo a las artes liberales, sobre todo la retórica y el derecho. En sus escritos se manifiesta una formación, y estilo, elocuente y judicial en sus letras; asimismo, por primera vez entre los escritores cristianos, es Tertuliano quien introduce el latín como lengua literaria. Abundancia de ejemplos, tesis, antítesis, argumentos por el absurdo, refutaciones mediante hechos de la vida cotidiana y por el sentido común, etc., desfilan en sus obras de defensa y exhortación, Apologético (Apologeticus adversos gentes pro christianis), A los mártires (Ad martyres), A los pueblos (Ad nationes); en sus obras polémicas, Prescripción contra los herejes (De praescriptionibus adversus haereticos), Contra Marción (Adversus Marcionem), Contra Praxeas (Adversus Praxeam); también en obras exegéticas y dogmáticas donde el conocimiento y uso de la tradición filosófico-científica se hace patente, Sobre el alma (De Anima), El testimonio del alma (De testimonio animae), Sobre el cuerpo de Cristo (De carne christi), Sobre la resurrección del cuerpo (De resurrectione carnis). Todos estas obras escritas desde su conversión al cristianismo alrededor del año 195, a partir de lo cual realizó una acérrima defensa del mismo, pasando a formar parte, desde el 202, de una secta cristiana rigorista denominada Montanismo.
            La postura de Tertuliano frente a la actividad filosófica es de reserva, y muchas veces de llega a su negación como forma de conocimiento adecuado para la consecución de la verdad, y más aún, simiente generadora de las herejías de su época (corrientes gnósticas en su amplia variedad: valentinianos, carpocracianos, marcionitas, etc). Por otro lado, emana de sus letras manifiestos recursos retóricos y judiciales, así como conocimientos filosófico-científicos que nutren sus propios argumentos e inclusive permiten refutar las ideas que combate.
“Porque la filosofía es el objeto de la sabiduría mundana, intérprete temeraria del ser y de los designios de Dios. Todas las herejías en último término tienen su origen en la filosofía. De ella proceden los eones y no sé qué formas infinitas y la tríada humana de Valentín; es que había sido platónico. De ella viene el Dios de Marción, cuya superioridad está en que está inactivo; es que procedía del estoicismo. Hay quien dice que el alma es mortal. y ésta es doctrina de Epicuro. En cuanto a los que niegan la resurrección de la carne, se apoyan en la enseñanza de todos los filósofos sin excepción. Los que equiparan a Dios con la materia siguen las enseñanzas de Zenón. Los que pretenden un Dios ígneo aducen a Heráclito. Las mismas cuestiones tratan los filósofos y los herejes, y sus disquisiciones andan entremezcladas: ¿de dónde viene el mal?; ¿cuál es su causa?; ¿de dónde y cómo ha surgido el hombre? Y también lo que hace poco propuso Valentín: ¿de dónde viene Dios? Está claro de la Entimesis y del Ectroma. Es el miserable Aristóteles el que les ha instruido en la dialéctica, que es el arte de construir y destruir, de convicciones mudables, de conjeturas firmes, de argumentos duros, artífice de disputas, enojosa hasta a sí misma, siempre dispuesta a reexaminarlo todo, porque jamás admite que algo esté suficientemente examinado. De ella nacen las fábulas y las genealogías interminables. las disputas estériles, las palabras que se insinúan como un escorpión... Quédese para Atenas esta sabiduría humana manipuladora y adulteradora de la verdad, por donde anda la múltiple diversidad de sectas contradictorias entre sí con sus diversas herejías.”
(Sobre la prescripción de los herejes, VII, 1).

            Tertuliano ve en la filosofía el germen de toda controversia y disputa interminable, que conlleva a la diversidad de opiniones sobre una cuestión, y aleja al hombre de la verdad. Es en esta misma obra donde establece un criterio de verdad basado en la autoridad y la tradición apostólica, sustentada en la verdadera fe; ésta es quien brinda el fundamento interpretativo, ya que “no hay que llevar la lucha a un terreno en el que la victoria sea ambigua, incierta o insegura”.[1] La interpretación contradictoria y alejada en el tiempo de la tradición apostólica debe ser catalogada de herejía, por “prescripción de novedad”.
            Sin embargo, como decía,  el aporte del saber pagano es fundamental. Se permite vislumbrar influencias estoicas, platónicas, epicúreas, y de algunas áreas de la ciencia médica (ginecología, somatología, epidemiología, influencias del ambiente, etc), por ejemplo en el tratado De Anima.
            En este tratado, Tertuliano se dispone a explicar, mediante argumentos y ejemplos, cuestiones relativas al alma humana: su origen, naturaleza, caracteres, facultades o potencias. Cuestiones respondidas por la tradición testamentaria, pero que al convivir infinidad de opiniones al respecto en el ámbito pagano, se dispone a utilizar sus mismas herramientas y defender la única verdad. Para ello, también lleva a cabo una cierta exégesis bíblica para apoyarse en sus ideas; exégesis que no llega a ser tan importante y profunda como la realizada casi al mismo tiempo por los Padres alejandrinos.
            Tertuliano dice:
“En modo alguno negaremos que a veces los filósofos pensaron como nosotros; sin duda, este hecho es una consecuencia de la misma verdad “ (Acerca del alma, II, 1)
por ende, afirma que esta verdad tiene un único origen, y su búsqueda y consecución no tiene que ver con artilugios retóricos y sofísticos que multiplican y distorsionan los caminos. Muchas veces, irónicamente, expresa esta diferencia entre la búsqueda filosófica y la fe cristiana. Más que reafirmar o comprender racionalmente las verdades de fe (fides quaerens intellectum), Tertuliano busca callar las múltiples voces y opiniones mediante la verdad natural que proviene de Dios (si bien hace uso de argumentos para demostrarlo), lo cual es absurdo para el filósofo (credo quia absurdum).
“Supongo que cometió un delito la divina doctrina surgiendo en Judea y no en Grecia. Se confundió Cristo, sin duda, enviando para la predicación a unos pescadores en vez de a un sofista.” (Ibid., III, 3).
            En este contexto, desarrolla un análisis de suma riqueza en lo referente al alma, pues si bien discute y pretende refutar muchas de las respuestas de los filósofos y médicos, realiza también una breve presentación de sus doctrinas, con las cuales no deja de tener puntos en común.
            Dividiré este trabajo sobre la concepción de alma en Tertuliano de la siguiente manera:
1 Origen. Creación divina.
2 Naturaleza. El alma como cuerpo, espíritu e intelecto. Unidad ontológica y cognitiva.
3 Nacimiento y transmisión. Bases biológicas.
4 Conclusiones. Configuración de la idea de Persona (hypostasis).

* * *

1.- Origen. Creación divina.
            El fundamento doctrinal, para Tertuliano, está en la verdadera interpretación de la palabra de Dios, transmitida por los profetas, patriarcas, y posteriormente, perfeccionada por los Apóstoles, por tanto toda búsqueda de aportes del ámbito filosófico no significa una profundización de la verdad revelada, sino una ayuda para la comprensión de la misma. De cualquier manera, para él está claro que no es fundamental y necesario comprender la verdad revelada, más vale hacer caso al testimonio del alma “naturalmente cristiana”, que caer en las discrepancias y discusiones interminables que perturban el alma. Es interesante la postura de Tertuliano desde el ámbito religioso, la cual concuerda, bajo otros presupuestos, con la postura escéptica frente al saber objetivo racional.
“Además, no se puede saber más de lo que Dios enseña, y, sin duda, lo que Dios enseña es el todo.” (Ibid., II, 7).
            Luego de su toma de posición frente a los filósofos, médicos, y herejes, comienza, brevemente, a describir algunas posturas frente a la cuestión del origen del alma humana. Critica las diferentes escuelas que toman como principio (arkhé) de todo, incluyendo al alma y lo divino, de elementos materiales informados: agua, fuego, aire, etc. Sin embargo, se detiene -y posteriormente también al tratar la noción de espíritu- en la similitud o semejanza entre el aire (pneuma) y el soplo (spiritus) insuflado por Dios al cuerpo del primer hombre.
            Esta idea del pneuma la toma de los estoicos, no tanto de los presocráticos. Sustancia corpórea, invisible y divina que abarca y une todo; fuerza cohesionadora y vital inherente al Todo divino (natura) que insufla, necesariamente, vida a cada una de sus partes. Para Tertuliano, la visión sobre Dios es distinta, ya que el Dios creador es esencialmente diferente a su creación, por lo tanto este Dios incorpóreo y trascendente insufla su espíritu por propia y absoluta voluntad, no a todas sus partes, sino al hombre –imaginem et similitudinem Dei. Por lo tanto, el alma humana es creada a partir del soplo o espíritu divino insuflado en el cuerpo.
            Por otro lado, aborda el problema semántico de creación (factum) y nacimiento (natum o generatum). Para Platón no hay diferencias (IV, 1), y asume el acto de creación como dador o generador de existencia mediante algo previo (véase Timeo, sobre el rol del Demiurgo). Sin embargo, el acto de creación implica una producción originaria ex nihil, en el cual, Dios, no es, sólo, generador del ser, sino causa formal absoluta de todo lo creado. En este sentido, el alma es creada y nacida, y no lo contrario como planteaba Platón. Si el alma fuera innata e increada, debería generarse de una sustancia elemental permanente, o debería ser coeterna con Dios, cosas ambas contrarias a la “autoridad de la profecía”.[2]
            También, de esto de deduce que el alma no es simplemente materia proveniente de un elemento natural, ni tampoco es pura divinidad espiritual. Aunque, sí, como expresaron muchos filósofos, es algo intermedio entre el plano sensible y el espiritual –más adelante veremos como Tertuliano tiende a diluir estas dicotomías para entender al hombre como unidad de sustancias en una sola hypostasis.

2.- Naturaleza. El alma como cuerpo, espíritu e intelecto. Unidad ontológica.
            El análisis prosigue partiendo de nociones que se dan en el ámbito filosófico, así como en las Sagradas Escrituras. Aquí, Tertuliano si bien intenta superar esas diferencias “naturales” entre las escuelas filosóficas, afincando su interpretación en la autoridad establecida, también realiza una mirada sui generis en cuanto a la concepción del alma, en la cual pretende superar las dicotomías conceptuales entre alma, cuerpo, espíritu, mente (mens, intellectum), para concebir a la primera como una unidad sustancial, a la vez codependiente del cuerpo mismo, y superior a él.   

Alma y cuerpo.
            Primeramente, tomando las fuentes filosóficas y médicas estudia cómo es posible la relación entre el cuerpo y el alma, o, en términos tradicionales, entre una naturaleza corpórea y una naturaleza incorpórea. A la distinción fundamental que realiza, en este sentido, Platón, afirmando, incluso la no existencia real de lo corpóreo sensible, Tertuliano, pone a disposición para prueba de lo contrario, las opiniones de los epicúreos, eclécticos y estoicos que tienden a asumir la corpórea naturaleza del alma. Sobre todo, dice, los estoicos entendieron la corporeidad del alma, no como cuerpo natural sensible, sino como una forma corpórea espiritual.[3]
“… hago alusión a los estoicos, los cuales afirman a nuestra manera que el alma es espíritu por la afinidad entre sí del soplo y del espíritu.” (Ibid.,V, 2).
            El espíritu insuflado en la creación del hombre, es el alma, la cual es soplo o pneuma que penetra y da vida al cuerpo. Este soplo vital –alma- abarca, total y simultáneamente cada parte del cuerpo; no hay más o menos vida en una parte que en otra. Por lo tanto, Tertuliano afirma que el alma debe tener forma, o asumir una forma, ya que al abarcar en su totalidad al cuerpo, internamente, asume su propia forma. Si es así, también habría que aceptar que el alma posee ciertas características corpóreas, como “la apariencia, el límite, aquellas tres dimensiones, (…) la longitud, anchura y profundidad…”.[4]
            ¿Por qué no afirmar que el alma incorpórea y simple abarca en su totalidad al cuerpo, dándole vida y actividad? Aquí, desarrolla una progresiva línea argumentativa, mediante ejemplos, mayoritariamente tomados del sentido común, y de la práctica médica. Justamente, la necesidad de establecer forma y límites al alma –caracteres de la corporeidad –, surge de la asociación de la idea de soplo-espíritu con la noción de soplo-aire, por influencia estoica y de las diferentes corrientes médicas de la época.[5]
“… fue transmitido por su faz aquel soplo hasta el interior, diseminado por todos los intersticios del cuerpo y también condensado por la exhalación divina tal que se reprodujo en todo dentro con el contorno que había llenado …”. (Ibid., IX, 7).
            Por otro lado, el alma no puede ser incorpórea, ya que mantiene un contacto e interdependencia muy fuerte con el cuerpo; el cuerpo padece y el alma también, y sus respectivas afecciones se transforman en causa una de otra.
            El alma entra en contacto con el cuerpo, y padece junto a él sus propios padecimientos, a la vez que el cuerpo padece las perturbaciones del alma.[6] Asimismo, comprender y sentir (intelligere, sentire) pasan a formar parte de un proceso unitario de conocimiento. Para Tertuliano, no hay posibilidad de una total distinción entre las afecciones de uno y otro, hay interdependencia; y, si bien, hay –y debe haber-  una distinción jerárquica entre lo espiritual y lo corporal sensible, de hecho forman parte de una vitalmente indisoluble unidad individual (persona, hypóstasis).
            La idea de que al morir el individuo, el alma deja al cuerpo, no tendría asidero, según él, si entendiéramos al alma como incorpórea. Apoyándose en Crisipo y Lucrecio, dice que sólo lo corpóreo puede separarse o dejar algo corpóreo (V, 6); no puede darse esta situación entre dos naturalezas diferentes; por lo tanto, si el alma deja al cuerpo, el alma debe ser corpórea. El alma no es cuerpo, pero sí es una sustancia de cierta naturaleza corpórea. Inclusive, dice, si entendemos al alma como incorpórea (o sea, diferente en naturaleza al cuerpo) es porque nuestro conocimiento capta de cierta manera al alma, por el cual aprehendemos algunos caracteres y otros no[7]. El alma es corpórea, pero por su índole particular, nuestros ojos no pueden captarla, y es invisible para nosotros; pero es posible aprehenderla mediante la razón.
            De esta manera, Tertuliano despliega una serie de ejemplos, para demostrar, por el absurdo, que asumir al alma como incorpórea llevaría a la imposibilidad de establecer una conexión con el cuerpo, la cual se da en la realidad. Por tanto, la conclusión es que el alma tiene una naturaleza de cierta índole corpórea. A partir de esta afirmación va a ser necesario explicar, al mismo tiempo, la inmortalidad del alma; si el alma es corpórea, ¿cabe que sea indisoluble e inmortal?, también, ¿podemos entender al alma como una sustancia simple, o hay que asumirla como compuesta y por tanto corruptible?. Más adelante, veremos la respuesta que irá desarrollando, tratando la asimilación del alma con la mente y el espíritu, no como partes, sino como facultades o potencias. Por lo pronto, será de carácter esencial el responder a estas preguntas, ya que fundamentos religiosos, como el juicio de las almas, la resurrección de los cuerpos, el origen del alma como soplo de Dios, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, etc., podrían ser puestos en duda, por quienes se internen en la filosofía y la asuman como garante de la salvación (p.e. gnósticos).

            El alma es corpórea; ahora, ¿es por esto, compuesta y disoluble? La forma de tratar esta cuestión es abordando diversas nociones que acompañan y se entrecruzan con la de alma. Para esta diversidad nominal, Tertuliano intenta descubrir lo que podría ser la unidad significativa que refiere a una unidad ontológica y sustancial.
            Las nociones que  aparecen en el tratado, y que provienen de la tradición, tanto pagana como judeo-cristiana, son espíritu (spiritus) y mente (mens, intellectum).

Alma y espíritu.
            En lo referente al espíritu como algo diferente al alma, Tertuliano parte de la tradicional distinción de acciones de ambos: el espíritu conlleva el respirar (el soplo), el alma origina el vivir. Desde la perspectiva médica y física de su época, era común distinguir la diversidad de seres agrupándolos entre los que viven y no respiran y los que viven y respiran. El acto de respirar no es fundamental para la vida, según muchos escritos científicos helenístico-romanos, ya que los insectos, p.e., no tiene órganos respiratorios visibles y sin embargo viven.
            Tertuliano, aduce que por más pequeños que sean los seres, si viven, deben llevar a cabo ciertas actividades esenciales, como comer y respirar, aunque nuestra percepción sensible no lo avale. Por otro lado, su fe le permite afirmar que todo ser como creatura proveniente del acto voluntario de Dios, es por sí misma valorable y posible. Nuevamente, frente a la postura contraria asume una defensa no carente de ironía y retórica.
“Pero si piensas que no pueden entrar dentro del ingenio de Dios tan diminutos corpúsculos, reconoce al menos su grandeza en que decidió que vivieran estos pequeños animales sin miembros imprescindibles, incluso conservándose la visión sin ojos, la alimentación sin dientes, y la digestión sin intestinos…”. (Ibid., X, 6).
            Entonces, no hay vida sin determinadas funciones vitales; respirar es una función vital –y todo ser vivo (animado), necesariamente, debe poseer esa función-; lo espiritual o pneumático está asociado con el origen de la respiración (espíritu-soplo-aire); por tanto, si del alma se origina la vida, y del espíritu también, mediante el insuflar aire, la conclusión es que, al no poder haber dos causas que originen lo mismo, lo mismo es el alma y el espíritu. También, el alma es quien activa, como dadora de vida, al órgano de la respiración (así como a los otros órganos corporales); es por el alma que se respira, por tanto, lo mismo es el alma y el espíritu. El alma, según las Escrituras, tiene su origen del espíritu de Dios, así, el alma es espíritu insuflado y condensado (soplo).
            Ahora, es importante, definir que, a partir de esto, Tertuliano pretende establecer que no hay partición del alma, y que aunque sea corpórea, no por ello es compuesta, sino simple. Es esta simplicidad lo que permite decir que el alma no es disoluble, ni corrompible, y por lo tanto, inmortal. Entonces, lo corpóreo puede ser simple, por ser sustancia constituida de naturaleza corpórea espiritual o pneumática, con forma, magnitud, hasta color –aunque sea “aéreo y lúcido”[8]; y si es simple no puede descomponerse y desaparecer. Más adelante, en el tratado, defenderá la distinción y jerarquía de potencias y actos del alma, pero no la distinción de partes.

Alma y mente.
            El alma es espíritu por su origen. Por otro lado, existe una distinción, planteada por los griegos entre mente (nous) y alma, o, en algunos casos se afirma que la mente o intelecto es una porción –la más elevada- del alma, y que ocupa un lugar en relación al cuerpo. Esto lleva a una noción del alma como sustancia compuesta y divisible, si bien, al mismo tiempo se afirma su simplicidad e inmortalidad, p.e., Platón con su tripartición del alma. Desde esta perspectiva, se maneja una distinción tajante entre cuerpo y alma, siendo la mente la parte directriz de la misma. El alma debe dirigir, “como un capitán a su nave”, al cuerpo; esa directriz no es inherente al ente particular, sino que es externa.
            Los estoicos, y anteriormente, Anaxágoras, plantearon la existencia de un nous universal que gobierna y ordena todo y a cada una de sus partes. El alma humana recibe, exteriormente, una chispa de esa mente hegemónica exterior (hegemonikón) como mente individual, y, por tanto, separando también alma de mente. El alma es dador de vida y movimiento, la mente es causa ordenadora y perfeccionadora del sujeto.
            Ahora, Tertuliano vuelve sobre la idea de que sentimos con el alma, a través del cuerpo. El alma es quien siente, y para eso necesita al cuerpo. Entonces, sentir es saber, pues padeciendo, conocemos. ¿Qué papel juega la mente si ésta es impasible y separada del cuerpo y el alma? ¿no nos permite conocer ella misma tal como plantea Aristóteles?
            Si es totalmente impasible, va en contra de Aristóteles que dice que la mente o intelecto puede conocer lo inteligible; si está compuesta de partes, va en contra de Anaxágoras que plantea el nous simple y sin mezcla. Pero, realmente, la mente conoce y a la vez es simple.
            Tertuliano dice: “Nosotros, sin embargo, decimos que la mente ya se ha agregado al alma, no como otra en sustancia, sino como una función de la sustancia.”[9] No hay, pues unión de sustancias, sino realidad de una única sustancia, simple y sin mezcla, y corpórea. El alma es cuerpo simple, por su naturaleza corporal, y posee funciones sensoriales e intelectuales. Por su simplicidad y no partición, el alma no se disuelve y no muere.
“En verdad es singular, simple y sin mezcla, no más estructurada en partes que divisible por sí misma, ya que no es ni disoluble. Así pues, ya que no es mortal, tampoco se disuelve ni se divide.” (Ibíd., XIV, 1).
            La necesidad de fundamentar la unidad hipostática del individuo, deriva, para Tertuliano, en conformar una base, más allá de la mera fe, que defienda la idea de juicio –recompensa y castigo- existencial y moral por parte de Dios. La verdad del juicio final, y la resurrección del cuerpo, se apoya racionalmente en la idea de una unidad hipostática, formada por dos sustancias semejantes y distintas (cuerpo y alma). Por otro lado, el alma debe ser simple para ser inmortal y, por su origen, motivo de la posibilidad de salvación.
            Desde esta base, también aborda la partición platónica del alma: concupiscible o desiderativa (epithymetikón), la irascible (thymikón), y racional (hegemonikón).[10] Apoyándose en instancias de las Sagradas Escrituras, muestra cómo es posible la unidad entre estas supuestas partes, entendiendo que no son más que funciones de una misma sustancia. Lo irracional (deseo, ira) puede a veces tener fundamento y móvil racional, así como lo racional se expresa muchas veces irracionalmente. Tal como pasa en el hombre, también sucede en Dios más excelentemente.[11]
“Se indignará Dios racionalmente con aquellos que debe, y deseará Dios racionalmente las cosas que son dignas de Él mismo.” (Ibid., XVI, 5).

Sensación e intelección. Unidad cognitiva.
            El tratamiento del problema del conocimiento, en esta obra, la sitúa en la intención de argumentar la unidad cognitiva en el ser humano individual, así como la postura frente al origen del error y la falsedad. Ante esto último, Tertuliano no desarrolla, positivamente, una postura que defina un criterio de verdad a nivel racional, ya sea inmediato o mediato, como por ejemplo, San Agustín estableciendo el criterio de verdad en el interior del alma, iluminado por Dios. Pero, Tertuliano no maneja un concepto como el de iluminación y búsqueda interior de la verdad; justamente su trayecto y postura lo separa de la vertientes neoplatónicas que influyen ampliamente en el obispo de Hipona.
            Él opta por establecer como criterio de verdad la prescripción de antigüedad, las opiniones que se acercan, doctrinalmente y temporalmente, a la interpretación apostólica, [12]se pueden decir que son verdaderas. La prescripción establecida se centra en la tradición y la fe, nada más alejado del fin planteado por los Padres Alejandrinos y San Agustín.
            El medio para la salvación no está en la gnosis –aunque se asuma como propedéutica para una fe comprendida-, la gnosis y la filosofía en general han sido el gérmen de las distintas herejías y desviaciones de la verdadera interpretación de la palabra de Dios. Asimismo, hay una postura escéptica en torno al valor de la razón como forma de alcanzar la verdad; el refugio de Tertuliano está en la verdad revelada y en el testimonio “desnudo” del alma: su fe libre de construcciones teóricas y prejuicios. Por lo tanto, tampoco hay un interés, en él, de establecer distinciones cognitivas claras, ni procedimientos metódicos centrados en tal o cual función. Como decía, anteriormente, el fin es demostrar la unidad sustancial del alma, y la definición del individuo como persona, -sujeto unitario de pensamientos y acciones, responsable en su propia unidad tanto de sus ideas, deseos, proyectos, y actos.
             El camino de Tertuliano, en principio, es el de refutar la inhabilitación de los sentidos como medio de conocimiento de la realidad. Los sentidos y las percepciones generadas tienen el mismo valor que el intelecto y los pensamientos generados, en cuanto que ambas son instancias que nos permiten conocer la realidad. La duda y conflicto de Tertuliano está en los artilugios retóricos y dialécticos de la filosofía pagana, pero no en la capacidad y disposición natural de nuestra alma para conocer la verdad.
            Por tanto, las percepciones no son origen del error, ya que percibimos según nuestros órganos sensoriales y su capacidad lo permite, la realidad se nos presenta tal cual la percibimos. Como planteaban los filósofos helenísticos, el error está en las opiniones, en los juicios que emitimos a partir de lo percibido. Haciendo uso de su retórica cuando la necesita, llega a la conclusión que ni las opiniones son origen del error, ya que proceden necesariamente de las percepciones. Entonces vuelve sobre sus palabras y dice que la opinión no genera el error porque depende de la percepción, y la percepción tampoco genera el error porque depende de las causas externas, ya que la percepción es una relación inmediata con la cosa. Por tanto, el error estará en las cosas (causas externas) –algo que San Agustín va a remarcar como fuente de error: la semejanza entre las cosas (Soliloquios, II, 6). Pero va más allá y plantea que en las causas externas tampoco está la fuente del error porque “lo que es necesario [por voluntad de Dios] que acontezca de este modo no es mentira”[13]. Se podría decir que, viendo la crítica que realiza a la filosofía, la fuente de error está en las distinciones y particiones que el filósofo y el hereje establece entre las funciones cognitivas del individuo, llevando luego a dicotomías que relacionan la verdad con una función e inhabilitan el valor de las demás. Es a esto que se refiere Tertuliano en El testimonio del alma, cuando dice que el criterio de verdad es el del alma naturalmente cristiana, o desprovista de construcciones artificiosas que desvían al hombre de su fe.[14] Podríamos decir que el conocer natural del alma es idéntico en su fin a la fe; sentir y pensar naturalmente es lo propio de vivir con fe, y que sentir y pensar no son distintos en cuanto a su valor: “¿Cómo podrá ser superior la inteligencia a aquél [el sentido] por el que existe, del cual tiene necesidad, al que debe todo lo que alcanza?”.[15]
            La distinción que acepta Tertuliano es en cuanto a funciones o potencias del alma, según las cuales conocemos la realidad corpórea y la espiritual, lo visible y lo invisible, etc. En este sentido, no define claramente cómo siente y cómo intelige el alma; sí plantea que el alma “a través del cuerpo siente las cosas corpóreas, de la misma manera que por la mente discierne las incorpóreas (…)”[16]. Su postura podría entenderse más desde una óptica aristotélica, asumiendo al alma como forma del cuerpo, pero su idea es que, en vida, el individuo –como persona- está compuesto de dos sustancias dependientes, pero no que es una única sustancia.
            Reflejando esta unidad hipostática, realiza algunas afirmaciones interesantes, provenientes seguramente de su lectura de tratados médicos. No sólo las capacidades elementales del alma están desde el nacimiento –vivir, moverse, alimentarse, sentir- sino las que, según los filósofos no existen en el alma del niño y el púber: la inteligencia, el discernimiento, etc. Son capacidades que están desde el nacimiento y pueden desarrollarse o madurar mediante la instrucción educativa del entorno, la cultura, e inclusive la geografía y el clima del lugar.
“Aquí, pues, obtenemos también aquí como conclusión que todas las cualidades del alma son inherentes a su sustancia como connaturales, y con ella crecen y se desarrollan (…). De la misma manera en las semillas de los frutos existe una configuración propia de cada clase, mientras que su crecimiento es variado; unas llegan a su estado primero sin cambio, otras crecen dependiendo de las condiciones climáticas, del factor del trabajo y del cuidado, del cambio del tiempo, del antojo de la casualidad, de esta forma se dará un alma uniforme en su semilla, pero multiforme en su fruto.” (Ibíd., XX, 1-2).
            También, argumenta esta realidad multiformal del alma humana individual, incluyendo datos del estudio de las culturas y de las características psicológicas de los integrantes de las mismas. Los habitantes de tales pueblos son más tímidos y apocados, otros son más enérgicos y activos; otros son más proclives al pensamiento teórico, otros más a desarrollar tempranamente la capacidad de hablar, etc. Hace uso de lo que podría ser una tipología psicológica de los pueblos, que se había desarrollado en esa época a partir del conocimiento de diversos pueblos en el mundo romano, aunque los datos no provengan solamente de estudios de historiadores y médicos, sino de filósofos, literatos e inclusive, comediantes.

3.- Nacimiento y transmisión. Bases biológicas.
            El alma humana en su naturaleza es uniforme y tiene su origen en la creación divina a partir del soplo espiritual insuflado por Dios. Pero, como vimos, el alma individual e, inclusive a nivel cultural, es multiforme, y, la pregunta es ¿cómo se origina?, no como naturaleza, sino como sustancia individual. ¿Es a través de la procreación llevada a cabo por los progenitores, y si es así, cómo se produce?, o ¿será el alma preexistente y peregrina por multiplicidad de cuerpos tal como afirman los pitagóricos? Esta última perspectiva es condenada por Tertuliano, simplemente por estar plagada de incoherencias, tales como el pasaje del alma por diferentes cuerpos de diversas especies (hombre, asno, perro, pez, árbol, etc.), lo cual haría que alma tuviera que modificar su propia naturaleza, y por ende, sus potencias. Al mismo tiempo, acusa al pitagorismo de hacer uso de relatos fantásticos y misteriosos para fundar su antropología.
           
Contra la preexistencia del alma. Crítica al argumento de la relación de contrarios.
            En cuanto a los argumentos que cuestiona surgen, más bien, de la lectura del Fedón platónico, y estos son, el de relación de contrarios, y el de la reminiscencia. Estos argumentos permiten defender, por parte de Platón, la preexistencia del alma. Tertuliano busca refutarlos ya que, entre otras cosas, la idea de la preexistencia del alma (y la trasmigración) es declarada por él como generador de las herejías gnósticas, y allí está la clave de su antiplatonismo.
“Así, con un argumento de este tipo, son introducidas por Platón aquellas doctrinas que los herejes se apropian; bastante rebatiré a los herejes si consigo eliminar del argumento de Platón.” (Ibid., XXIII, 6).
            Ante el primer argumento, dice que es constatable y de sentido común que los muertos proceden de los vivos, se puede percibir tal fenómeno. Pero no es constatable que los vivos procedan de los muertos, en otras palabras, que la vida del individuo como unidad de alma y cuerpo, provenga de una vida (alma) preexistente. Para su refutación hace referencia al relato del origen del hombre, en el cual claramente se dice que los primeros hombres surgieron de la procreación entre ellos, y ante todo de la primera pareja. Entonces, los vivos no provienen de otra cosa que de los vivos.
“Así, pues, si desde un inicio los vivos no surgieron de los muertos, ¿cómo iban a hacerlo en un segundo momento de ellos? (…) Si la ley originaria de la creación no intentaba conservar la igualdad, tampoco en toda ocasión los contrarios se han de formar de los contrarios. Se alternan.”. (Ibid., XXIX, 2-3(3)).
            Por tanto, la relación de contrarios debe entenderse no como una relación de recíproca dependencia existencial, sino de mutua alternancia, y también como una dependencia existencial unilateral. Tertuliano abunda en ejemplos sobre esta idea: nacidos-no nacidos, vista-ceguera, juventud-ancianidad, sabiduría-necedad. Cualquiera de estos pares de contrarios no establece que cada elemento dependa en su ser recíprocamente –la ceguera surge de la vista, pero no al revés; la ancianidad surge de la juventud, pero no al revés-, entonces en el par vida-muerte, la muerte surge de la vida, pero no al revés, simplemente se alternan en un sentido general.
            Otro contraargumento es que si la vida surgiera de la muerte, debería darse en equilibrio de seres e idéntica cantidad de los mismos desde el comienzo. Pero no es así, y nuevamente acude al sentido común y a lo observable, y asimismo a conocimientos científicos de su época de índole demográfica. Argumento que, en su contenido, tiene un gran valor de actualidad, y que demuestra además que ya en esa época se daban ciertas dificultades en la relación hombre-medio ambiente.
“Existe una gran prueba del crecimiento humano: somos una carga para el mundo, apenas nos bastan los recursos, hay necesidades cada vez más apremiantes, quebrantos en todos, la naturaleza ya no nos sostiene. Nuevas pestilencias, hambres, guerras y sepultamientos de ciudades se toman como remedios, como una especie de rapado de la excesiva raza humana…”. (Ibid., XXX, 4).
            Por otro lado, plantea que si la vida procede de los muertos (o de un alma preexistente), debe ser de un singular a un singular; así como un vivo singular se transforma en un muerto singular, así será de la otra forma. Pero, vemos que en un mismo vientre pueden gestarse y nacer “gemelos, trillizos y hasta quintillizos”[17], y esto hace caer por tierra la teoría de generación individual de la muerte a la vida, ya que existen individuo casi idénticos surgiendo de un mismo ser.
            Volviendo a la idea de que no es posible que el alma transmigre por diferentes cuerpos, generando seres vivos de naturaleza completamente diferente (pág.17), la misma relación de contrarios avala esto. Lo húmedo es contrario a lo seco, y por tanto el agua es opuesta en naturaleza al fuego, y en este caso uno surge del otro en sentido general, pero no se da oposición entre el agua y la blancura, por tener tan diferentes naturalezas. [18]
            Tertuliano, de esta manera, defiende la unidad de naturaleza del alma. Se multiplica sustancialmente, pero no en naturaleza, y el argumento de relación existencial recíproca de contarios llevaría a plantear lo contrario cuando se aplica a vida-muerte, por lo tanto la idea de preexistencia del alma es inadecuada.                 

Contra la preexistencia del alma. Crítica al argumento de la reminiscencia.
            Otro argumento platónico es el de la reminiscencia: aceptando la realidad cognitiva de la reminiscencia, en el Fedón, debemos asumir que el alma preexiste. La reminiscencia implica que hay un recuerdo de un conocimiento olvidado, y que este proceso cognitivo es realizado por el alma, la cual olvida por causa de su encierro en un cuerpo. Al mismo tiempo, el alma transmigra por diferentes cuerpos, necesariamente –no de manera voluntaria- cumpliendo la ley de la reencarnación. Esta ley permite que el alma, ahora sí libremente, opte por llevar una vida virtuosa y tendiente a la divinidad, o no. De esta manera esta ley de la reencarnación se transforma en ley de castigo y recompensa.
            Tertuliano, encuentra en esta perspectiva algunas cuestiones contradictorias. El alma en vida terrenal actúa y piensa a partir de una naturaleza propia unida a un cuerpo, el cual posee ciertos caracteres y accidentes que lo hacen ser de determinada forma. Por tanto, el alma no actúa y piensa si no es mediante y a partir del cuerpo, de lo que le permite acceder el cuerpo mediante sus órganos y partes. El alma al migrar a otro cuerpo conformará otro individuo que tendrá sus propias necesidades, deseos, pensamientos y acciones, y un futuro juicio a ese individuo, no puede incluir hechos y vivencias del individuo que existió años antes, y que no es el mismo. Un futuro juicio y otorgamiento de castigo o recompensa, debe ser sobre un individuo y sus actos, p.e., Pitágoras, y no incluir también lo hecho por Etálides, Euforbo, Pirro y Hermótimo.[19]
            Asimismo, Tertuliano cuestiona uno de los presupuestos principales de la noción de reminiscencia (anamnéseis), el olvido de los eidos captados intelectualmente por el alma en su vida sin el cuerpo. Mediante una argumentación por el absurdo, acepta las características adjudicadas al alma por Platón: inmortalidad, divinidad, incorporeidad, etc. Si es así, el alma es absolutamente superior al cuerpo. 1) ¿cómo es posible que algo inferior anule el conocimiento del alma?; 2) ¿cómo puede, el alma, olvidar un conocimiento natural y propio de ella, si ni los animales olvidan su conocimiento natural?; 3) suponiendo que el alma pueda olvidar conocimiento semejante, ¿cómo puede volver a poseerlo?.
“(…) ¿haces por naturaleza al alma participante de aquellas ideas o no? (…) Nadie concederá que se pierde el conocimiento natural de las cosas naturales; se pierde de las ciencias, de los estudios, se pierde de las doctrinas, (…). El conocimiento de las cosas naturales no falta realmente ni en las bestias. (…) Por esto, también al hombre, quizá el más olvidadizo de los seres se le mantendrá imborrable solamente el conocimiento de las cosas naturales: es el que se acuerda siempre de comer en momentos de hambre, de beber en momentos de sed, (…). Estos son los sentidos a los que la filosofía desprecia dando preferencia a los elementos intelectuales. Así pues, si el conocimiento natural de las cosas que se perciben por los sentidos es inherente, ¿cómo podrá perderse el que procede de elementos intelectuales, que se considera como mejor?”. (Ibid., XXIV, 4-7).
            De las preguntas anteriores, queda patente, la crítica de Tertuliano; si el alma es cercana a Dios –tal como dice Platón- y naturalmente, el alma, participa de las ideas, ¿cómo es posible el olvido por influjo de una naturaleza inferior, apariencia de la realidad? Por tanto, no tiene consistencia la idea de reminiscencia, y “todo aquello a los que se acomoda se desmorona juntamente (…)”.[20]
            Sin embargo, no hay que confundirse con la retórica del autor, y los argumentos que concede no lo es más que para refutar la tesis contraria. El mecanismo lógico, repetidamente utilizado, es el método per absurdum. Justamente, Tertuliano no acepta, en su tesis, la superioridad de las afecciones y potencias intelectuales sobre las sensibles, como ya hemos visto anteriormente. Pero, bajo la afirmación platónica de tal distinción, cada argumento que respalda la preexistencia y realidad innata del alma, cae por su propia inconsistencia.
            Es importante recalcar el objetivo de Tertuliano, si bien busca explicar racionalmente la inmortalidad y corporeidad del alma, el por qué está referido a: 1) en sentido positivo, argumentar tales atributos del alma, lo cual permite defender la verdad de la resurrección y del juicio final a la persona, ya que si el alma no fuera corpórea no podría interactuar con el cuerpo y hacerlo partícipe de sus actos, lo cual reafirma la idea de que el cuerpo debe resucitar y debe ser juzgado tanto como el alma. 2) en un sentido negativo, cuestionar las tesis paganas clásicas –p.e. la antropología platónica-, quienes fuertemente influyen en las doctrinas gnósticas que cuestionan y hacen tambalear la doctrina cristiana oficial.

El origen del alma individual. Procreación.
            La trasmigración del alma supone que el origen del alma es individual, y que mediante esta metempsicosis busca perfeccionarse. El problema, ya analizado, es que, naturalmente, no puede afirmarse que el alma de tal individuo en tal cuerpo sea la misma que el alma de otro individuo (tiempo después) en otro cuerpo. Tertuliano lo fundamenta en cuanto la unión cuerpo y alma configura una unidad hipostática, que implica acciones y pensamientos asociados y no fragmentarios; en el cómo y por qué de una acción son responsables tanto el alma como el cuerpo, que es quien ejecuta los dictados del alma y de tal forma según su características propias. La solución está en asumir la corporeidad del alma para así poder asociarla la cuerpo, pero al mismo tiempo explicitar la simplicidad e indisolubilidad del alma, para tener el atributo de inmortalidad.
            De esta forma, pregona el origen de las almas de un alma en común, idea afín con el relato del Génesis; y asimismo, la procreación u origen individual, supone la generación a partir de dos almas, o a veces, como lo hace notar, la generación de dos o más almas en conjunto a partir de la unión de dos almas. Todas estas situaciones, observables e investigadas por la ciencia médica y biológica, tira por tierra la idea de trasmigración del alma.
            Ahora, el relato del origen del primer hombre es claro en cuanto de donde proviene el cuerpo y de donde el alma (soplo de Dios), pero, ¿cómo se generan sucesivamente los humanos?, ¿cómo se genera el alma individual?, ¿hay posibilidad de transmisión progenitora de la sustancia del alma, además del cuerpo, o tiene el alma un origen externo?. Según los filósofos, el alma “es recibida en la primera inspiración del infante, así como en la postrera expiración se exhala.”[21]
            En clara crítica a paganos (estoicos, platónicos y escépticos), defiende la idea que el alma se origina en la procreación del individuo, y que la vida del mismo se presenta desde el primer momento de gestación, y agrega que para saber esto basta con el testimonio íntimo de la mujer.
“Responded, madres, vosotras que habéis estado encintas, vosotras, las que sois recién paridoras (…). Se indaga la verdad de vuestra naturaleza, se apela al testimonio de vuestro sufrimiento, si sentíais alguna vivacidad ajena a la vuestra en el feto, del que palpitan las entrañas, palpitan los costados, (…); si estos movimientos son vuestra alegría y seguridad cierta, pues tenéis la confianza de que el niño vive y juega (…).” (Ibid., XXV, 3).
            En los siguientes párrafos, continúa brindando ejemplos, provenientes del quehacer médico, para establecer claramente la verdad de que el alma se genera, se crea individualmente, o mejor dicho se procrea individualmente, y así también, juntamente, el cuerpo. Los ejemplos se refieren a la situación del aborto, y dice que cuando se decide matar un feto, es porque ya anteriormente se asume que tenía vida, o sea, alma; sino no podría hablarse de quitar la vida al feto. Esto da motivo para que realice una clara y cruda descripción de los mecanismos abortivos, sobre todo mediante instrumentos quirúrgicos (“bisturí en forma de anillo”, “garfios romos”, “espejo broncíneo o embriophákten”).
            Para Tertuliano, si el alma existe desde la gestación misma, entonces es posible explicar cómo es posible que el cuerpo interactúe con el alma. Si en su desunión se da la muerte, en su unión se da la vida, y vida hay ya en un feto de días o semanas, por lo tanto el alma surge del acto de procreación, y no proviene del exterior. ¿Qué interviene en la procreación?: el útero femenino, recipiente pasivo –idea manejada desde los griegos-, y el semen masculino, principio activo, y, por lo tanto, transmisor de caracteres y sustancias. Así, el cuerpo como sustancia con sus atributos, y el alma como sustancia, son generados y transmitidos, junto con sus atributos,[22] mediante el semen.
            “Igualmente se unen en la vida las que de la misma manera se separan en la muerte”,[23] dice Tertuliano, y más allá de la aceptación o no de cierta primacía del alma con respecto al cuerpo, la íntima dependencia en vida de ambos, y por tanto su inseparabilidad, lleva a entender a ambas sustancias –corpórea y psíquica[24]- como “coetáneas y pertenecientes al mismo proceso temporal.”[25] De esta manera, ha de ser explicado, sin pudor, qué sucede en la procreación, cómo se generan ambas sustancias constituyentes del ser.
            Si bien, el tratamiento de este proceso se nutre de conceptos y ejemplos biológicos, el fundamento primario, para él, sigue siendo la tradición y la autoridad, y así lo demuestra una y otra vez, citando las Sagradas Escrituras (en esta cuestión, exclusivamente, el libro del Génesis) antes de citar cualquier otro texto o pensador.             Entonces, el alma y el cuerpo tiene un mismo y coetáneo origen y progenitor, y esto está ya hecho y expresado por Dios: el hombre fue creado de “dos elementos distintos y diferenciados, limo y soplo”[26]; es el origen del primer hombre, y, luego  añade, cómo es que el hombre por sí mismo puede multiplicarse y transmitir esos dos principios o sustancias, también con un mismo y coetáneo origen a partir del semen.
“(…) juntas ya ambas sustancias en un único individuo mezclaron igualmente su semen, y tras ello transmitieron a la especie el modo de propagación de manera que ahora también las dos semillas, a pesar de ser distintas, fluyen a la vez unidas y a la par introducidas en el surco, en su propio campo, produzcan en unión, a partir de ambas sustancias, al hombre, (…).” (Ibid., XXVII, 8).
             Finalmente, no es menos sorprendente el argumento utilizado por Tertuliano, para defender la existencia del alma en el semen, tomando como ejemplo irrefutable la sensación cálida y anímica que experimentamos en el momento de la eyaculación[27]. Digo sorprendente por su postura moral rígida (comenzando el siglo III, integra activamente la secta cristiana moralista de los montanistas) y su crítica abierta a los saberes paganos como fundamentos de la verdad. Pero, aún así, no debería sorprender ya que Tertuliano fue el primer pensador eclesiástico que asumió sin prejuicios la labor de defender la doctrina ortodoxa, haciendo uso de los recursos adquiridos en su formación ciudadana (p.e. retórica, y lectura de los clásicos), lo que le llevó en algunos casos a extralimitarse en sus ideas según los posteriores criterios de la ortodoxia conciliar, y ser calificado de heterodoxo, y sus obras excluidas del canon doctrinal de los Santos Padres.

4.- Conclusiones. Configuración de la idea de Persona (hypostasis).
            La idea de alma está marcada, en esta obra del autor, por la necesidad de demostrar su inmortalidad con miras a un juicio y posible recompensa o castigo. Pero, al mismo tiempo, es necesario fundamentar, (1) por un lado, la íntima conexión vital entre la carne o cuerpo, y el alma, la íntima relación entre sentimientos y afecciones corporales, entre voluntad y ansias, y acción física; nuestro saber y actuar tiende y debe ser unitario, y si el alma estuviera separada en naturaleza del cuerpo, no sería posible tal unión vital; (2) por otro lado, la revelación escatológica anunciada por Cristo, no tendría lugar, racionalmente hablando, si el cuerpo resucitado no pudiera unirse nuevamente, en forma íntima con el alma inmortal, ya que el juicio final del alma individual es sobre las acciones del mismo, llevadas a cabo por la voluntad y la decisión anímica pero mediante las herramientas del cuerpo.
            Esta cuestión provoca la imprescindible reformulación conceptual del ser humano individual. La concepción pagana tradicional, en la cual la dicotomía cuerpo-alma está sumamente marcada, no permite fundar una antropología en la cual el individuo, como unidad, vive y es juzgado de esa manera, y no permite fundar una perspectiva ética, definida en los escritos paulinos, por la cual el saber y la teoría son simples medios para encauzar una práctica de vida conforme a Dios –la suma valoración del acto sobre la palabra, y de la caridad sobre la elocuencia.
            Tertuliano lleva a cabo un abordaje conceptual, asimilando la palabra griega hypostasis con la latina persona. Busca, de esta manera establecer claramente la significación de lo individual perteneciente a una determinada naturaleza, y en la cual puede coexistir más de una persona. Pero, sobre todo, persona implica un individuo en unidad de naturaleza, y no una unión antinatural tendiente a la escisión. Esto le permite fundar conceptualmente la imagen trinitaria, en la cual tres personas en sus diferencias, son una unidad en naturaleza y no proclives a la escisión[28] –y, por lo tanto, a la distinción divina, argumento del politeísmo.
            El individuo humano, la persona humana –a imagen de Dios-, se constituye de dos sustancias naturalmente coexistentes por estar conformadas en la misma naturaleza.
            Esta idea va a ser, posteriormente, esencial en la configuración definitiva de una antropología cristiana a partir del abordaje realizado por San Agustín, y luego, bajo influencia del aristotelismo, mantenida desde otros conceptos por los escolásticos clásicos. La idea del individuo humano como una unidad y dualidad a la vez, unidad en  naturaleza, y dualidad en sustancia; cuestión profundizada por Agustín en su explicación de la trinidad y unidad en el hombre como imagen de la respectiva en Dios.   
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Bibliografía.
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GARRIDO, Juan José: El pensamiento de los Padres de la Iglesia, Akal, Madrid, 1997.
GILSON, E.: La filosofía en la Edad Media. Gredos, Madrid, 2007.
TERTULIANO: Acerca del alma (De Anima). Akal/Clásica, Clásicos Latinos, Nº63. Edic. Akal, Madrid, 2001.
(Liber De Anima. Documenta Católica Omnia,: en http://www.documentacatholicaomnia.eu/02m/0160-0220,_Tertullianus,_De_Anima,_MLT.pdf)
TERTULIANO: The soul’s testimony (De testimonio animae). Christian Classics Ethereal Library. Calvin College: en http://www.ccel.org/ccel/schaff/anf03.iv.x.html
TERTULIANO: Apologético (Apologeticum). Edit. Gredos, Madrid, 2001.
TERTULIANO: Against Praxeas (Adversus Praxeam). Christian Classics Ethereal Library. Calvin College: en http://www.ccel.org/ccel/schaff/anf03.toc.html
TERTULIANO: Sobre la prescripción de los herejes (De praescriptione adversus haereses). Edit. Ciudad Nueva, Madrid, 2001.

Prof. Nicolás Moreira Alaniz
Docente de Historia de la Filosofía Medieval
Dep. de Filosofía – Instituto de Profesores “Artigas”


[1] Sobre la prescripción de los herejes, XIX, 1-3.
[2] Acerca del alma, IV, 1.
[3] La distinción entre lo corpóreo sensible y lo corpóreo espiritual o intelectual, sienta sus base en la posibilidad de comprender la mutua relación entre el cuerpo y el alma, sin asumir plenamente la materialidad de la misma. Siglos más tarde, bajo la influencia del pensamiento de Avicebrón (Ibn Gabirol) –siglo XI-, se introducirá el concepto de materia espiritual en la escolástica europea.
[4] Ibid., IX, 1.
[5] Escuelas pneumáticas (aparentemente, influido por ésta en cuanto a la primacía del elemento aire-fuego en relación a la salud; eclécticas; y metódicas (de la cual nombra, más de una vez en este tratado, al médico ginecólogo Sorano de Éfeso).
[6] “Non enim et sentire intelligere est, et intelligere sentire est ? Aut quid erit sensu, nisi ejus rei quae sentitur intellectus ? Quid erit intellectus, nisi ejus rei quae intelligitur sensus ?. » (Liber De Anima, XVIII, 7). ¿No es, pues, sentir comprender, y comprender sentir?, o ¿qué será la sensación sino el conocimiento intelectual de eso que se percibe por los sentidos?, ¿qué será el conocimiento intelectual sino la facultad sensitiva de eso que se discierne con la inteligencia?.
[7] El alma es, entre otras características corpóreas, tenue, aérea y lúcida, por similitud y procedencia pneumática o áerea, pero no es aire, “pues tampoco en las gemas cerannias hay una sustancia ígnea por el hecho de que centelleen con un rojo brillante (…), pero, puesto que todo lo tenue y lúcido es semejante al aire, esto será el alma, (…) dado que debido a la sutileza de su liviandad pone en duda su corporeidad.” (Ibid., IX, 6).
[8] Ibid., IX, 5.
[9] Ibid., XII, 6.
[10] Tertuliano, en esta sección, junto a la idea de trinidad, incluye las palabras en latín que corresponderían con las expresadas en griego antiguo por Platón en cuanto a las tres dimensiones o partes del alma humana: racional, irascible, y concupiscible. “Ecce enim tota haec trinitas et in domino: et rationale, quo docet, quo disserit, quo salutis uias sternit, et indignatiuum, quo inuehitur in scribas et Pharisaeos, et concupiscentiuum, quo pascha cum discipulis suis edere concupiscit (Liber de Anima, XVI, 4). Realmente resulta que toda esta trinidad se encuentra también en el Señor: la racional con la que enseña, discute, allana los caminos de la salvación; la irascible con la que se enfrenta a los escribas y fariseos; y la desiderativa con la que desea en la pascua comer con sus discípulos.
[11] En referencia a esta idea de unidad en la distinción, Tertuliano es, parece ser, el primer pensador cristiano que introduce la idea de Trinidad –ya manejada vagamente por los primeros escritores- como unidad de naturaleza divina y trinidad hipostática. Término, éste, que también aparece, posteriormente,  explicando la doble naturaleza cristológica en una única persona o hipóstasis. En Against Praxeas (Adversus Praxeam) dice: “…creemos que hay un único Dios, pero bajo la siguiente dispensación o economía (oikonomia), como es denominada, este único Dios tiene, asimismo, un Hijo, su Verbo, el cual procede de Él,  por quién fueron hechas todas las cosas, y sin él nada fue hecho.”, y “… por ello el Todo es Uno, por unidad de substancia; mientras, el misterio de la dispensación se mantiene protegido, el cual distribuye la Unidad en la Trinidad, estableciéndose en orden las tres Personas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo: tres, sin embargo, no en condición, pero en grado; no en substancia, pero en forma; no en poder, pero en aspecto; y aún así, de una única substancia, de una única condición, y de un único poder, …”. (Against Praxeas, II). Dispensación, economía, distribución, son conceptos que refieren a una expresión de la misma y única divinidad en tres hipóstasis con sus respectivas formas y aspectos.
[12] Contra Marción, I, 1; Sobre la prescripción de los herejes, XIX, 1-3.
[13] Ibid., XVII, 10.
[14] Llamo nuevo testimonio a uno que es más conocido que toda la literatura, menos discutido que toda la doctrina, más público que todas las publicaciones, mayor que toda humanidad, me refiero a todo lo que es el hombre. (...)Pero a ti te llamo de esta manera, no como lo que está de moda en las escuelas, formado en las bibliotecas, alimentado en las academias del ático y pórticos, la sabiduría personal. Me dirijo a ti [el alma] sencilla, grosera, inculta y sin instrucción, tal como eres, sin nada más (...).” (The soul’s testimony, I).
[15] Ibid.13, XVIII, 12.
[16] Ibid., 6.
[17] Ibid., XXXI, 1.
[18] No es posible la trasmigración del alma, en el sentido que se configuran individuos con diversas tendencias, potencias y funciones (entendidas como naturaleza), las cuales pertenecen al alma, entonces tendríamos que llegar a plantear que de ciertas naturalezas pueden surgir otras no asociadas con la original: “… así resultan ser opuestas al agua aquellas áridas y secas: se complacen asimismo en las sequedades las langostas, las mariposas, los camaleones; de igual modo son opuestas a la sangre las que carecen de su púrpura: los caracoles, los gusanillos y la mayor parte de los peces; opuestas al espíritu, sin embargo, las que no parece que respiren, debido a su carencia de pulmones y arterias: los insectos, hormigas, polillas y toda esa raza diminuta; …” (Ibid., XXXII, 3). Haciendo uso de su ironía, aplica la misma situación a una posible diversidad de naturalezas humanas, si es que tomamos en cuenta a los filósofos y sus doctrinas: “Por lo demás, si tomara los átomos de Epicuro y viera los números de Pitágoras, y me topara con las ideas de Platón, y me ocupara de las entelequias de Aristóteles, hallaría quizá también seres animados de estas especies que podría oponer en razón a sus elementos divergentes.” (Ibid., 4).
[19] Ibid., XXVIII, 3.
[20] Ibid., XXIV, 12.
[21] Ibid., XXV, 2.
[22] La transmisión de ciertos atributos del progenitor en el nuevo ser, serán de índole corporal, y también de índole psíquica. Entre los caracteres psíquicos que el nuevo ser “hereda”, según Tertuliano, está el manifestado por la caída del hombre, la naturaleza pecadora. De esta manera, la explicación médica del origen del alma, permite fundamentar las bases de una tendencia, relativamente importante en su época, que fue el traducianismo, o sea la aceptación de que el pecado original se transmite en la procreación.
[23] Ibid., XXVII, 3.
[24] Hay que recordar  la distinción sutil entre cuerpo y alma. El alma es sustancia corpórea, aunque diferente, en su manifestación y potencia, al cuerpo mismo. Las mismas palabras –corporalem, corporali, corporale- utiliza para expresar la corporeidad del alma, como también para distinguir la sustancia corpórea de la sustancia anímica o psíquica –animalem. En este caso, en la distinción también hace uso de la palabra carne (carnis) para referirse al cuerpo concreto. Ante todo, la claridad conceptual que pretende Tertuliano, viene de la mano con la, siglos después, utilizada en la explicación de la cuestión cristológica y trinitaria: en este caso, existe una única naturaleza (corpórea) con manifestación en dos sustancias (corpórea o corporal, y psíquica o espiritual).
[25] Ibid., 4.
[26] Ibid., 8. Limo (limus): tierra húmeda, barro. Soplo (flatus): aliento, espíritu insuflado.
[27] Ibid., 5-6. Hay una crítica a la idea estoica y platónica del alma como soplo o aliento de carácter frío. El alma, para Tertuliano, tiene como uno de sus atributos corporales, el calor. Esto le sirve de base para explicar por qué experimentamos tal fuerza calórica al momento de la eyaculación. De esta forma, en el semen coexisten ambos principios: el húmedo y denso que transmite la sustancia corpórea, y el cálido y tenue que transmite la sustancia anímica o psíquica.
[28] “(…) non in unum: nam nec semel sed ter, ad singula nomina in personas singulas, tinguimur.” (Adversus Praxeam, XXVI, 9). (…) sin embargo, no es solo uno, sino tres momentos, que están inmersos en tres personas, cada una con sus nombres propios. (Against Praxeas, ibid.).