lunes, 13 de agosto de 2012

“La distinción de métodos de conocimiento en Al-Farabi”

 Prof. Nicolás Moreira Alaniz - Historia de la Filosofía Medieval (Filosofía árabe)

Introducción.
La figura de Abu Nasr Muhammad ibn al-Faraj al-Farabi (872-950), es una de las más importantes en la primera etapa de desarrollo de la filosofía árabe medieval, de tal forma que fue denominado, por exponentes posteriores (Ibn Sina, Ibn Rushd), el “segundo filósofo” por su relevancia, luego de Aristóteles.
Formó parte de la corriente filosófico-teológica de los mutazilíes (al-mu’tazilah), que se gestó a partir del siglo IX, arropada bajo la protección e incentivo de los califas abásidas de Bagdad, quienes habían derrocado a la dinastía Omeya de Damasco. Ya en siglo VIII el califa Al-Mamun, crea la Casa de la Sabiduría en Bagdad, casa de estudios y traducción de muchas obras que circulaban en el Oriente próximo.
Además, del estudio teológico a partir de la lectura del Corán, también, se generó un interés por los trabajos de los antiguos que habían sido traducidos y preservados por círculos cristianos no católicos en Siria oriental. Estos cristianos  nestorianos[1] mantuvieron escuelas de trabajo, primero en Antioquía, y luego en Edesa y Nisibis; tradujeron muchas de las obras de Aristóteles[2], Platón, y representantes de la ciencia antigua, las cuales habían sido olvidadas y/o prohibidas por la ortodoxia católica.
Cuando en el siglo VII, los árabes conquistaron la “media luna fértil”, lejos de someter absolutamente la cultura de los vencidos, absorbieron los elementos culturales acumulados, y es así que entraron en contacto con estas obras que expresaban un forma diferente de entender la realidad, hasta ese momento desconocida para esta etnia conquistadora, aunque abierta al intercambio. Seguramente, las primeras traducciones del siríaco al árabe o al persa (como segunda lengua en importancia), fue lenta y dificultosa, pero ya a mediados del siglo VIII, como decía, nos encontramos con una Casa de Altos Estudios en Bagdad (Casa de la Sabiduría o Bayt al-Hikmah), dedicada a la traducción, preservación y estudio de la filosofía antigua.
La escuela o secta filosófico-teológica de los mutazilíes, manifestó una tendencia claramente racionalista en cuestiones teológicas, y a su vez, una posición crítica con respecto a los fundamentos tradicionales de legitimidad del poder político-religioso, lo cual llevó, luego del siglo X, a la progresiva disolución de esta secta. Al mismo tiempo, surge en este siglo y en el posterior, un movimiento fundamentalista religioso de relevancia, que trasunta en una postura teológica ortodoxa, mística y anti-racionalista (por ejemplo, Al-Ghazali o Algacel),  y que en última instancia es la que va a predominar. Sobre este punto, es notable apreciar como los teólogos anti-racionalistas, más que negar la utilidad de la razón, condenan toda extralimitación de la misma en cuestiones teológicas (similar actitud asumida por antidialécticos europeos, como Lanfranco de Bec o el mismo Anselmo de Canterbury). Por esta razón, podemos ver a un Al-Ghazali (siglo XI-XII) haciendo uso de sus conocimientos de filosofía y aplicando reglas de la razón.[3]
Además de la secta de los mutazilíes, surge un movimiento cultural más genérico, que pretende fundar sus verdades en la mera razón y experiencia. Este movimiento afecta el aspecto teológico, así como promueve un interesante desarrollo de las ciencias particulares (matemáticas, medicina, astronomía) y artes tales como, la música, la óptica, etc. Este movimiento racionalista es el denominado mutakallinum, y en él se expresa el deseo de comprender racionalmente las verdades reveladas y las tradiciones, también de discutir y poner cara a cara las diversas opiniones sobre un problema; en él prima la intención de hacer uso de las herramientas del conocimiento humano para entender lo superior. Este movimiento de mutakalimíes conformó, junto a la teología sagrada o doctrina religiosa, una teología natural que intentó explicar mediante conceptos filosóficos –metafísicos-, las cuestiones reveladas; esta asunción racional de la teología musulmana, se denominó kalam.
La búsqueda de comprensión racional llevó, en algunos casos, a conclusiones contrarias a las dictadas por la autoridad religiosa, de la igual forma que por la misma época sucedía en Europa occidental (controversias de los dialécticos, como Roscelino o Berengario, o la postura cuasi-herética de Juan Escoto Erígena).
Las principales escuelas mutakalimíes fueron, la de Khorasan (escuela Ashariyyah) en Persia, y la de Bagdad. Justamente, Al-Farabi nace y es educado en Persia, y luego se traslada a Bagdad para proseguir sus estudios y perfeccionamiento.
El estudio, entre otras cosas, de la lógica y metafísica aristotélica preparó su mente para trabajar de una manera metódica y racional. El empleo de razonamientos lógicos en cuestiones transmitidas por el Corán, no menguó, igualmente, su interés en analizar y comentar las mismas cuestiones planteadas por Aristóteles y sus comentaristas neoplatónicos (Porfirio, Proclo, Jámblico, Simplicio) o cristianos (Boecio).
El problema del intelecto, su naturaleza y función; la idea del Primer Motor; el cosmos; el alma y Dios; la felicidad; la verdad; etc., confluyeron en el tratamiento de problemáticas referentes a la lectura sagrada.
Filosofía y religión, entraron en contacto, y la pregunta surgió rápidamente, ¿ambas tienen la misma validez como saber? ¿la verdad que genera cada saber es idéntica en su naturaleza, o, por el contrario, una es superior a la otra? ¿puede haber contradicción entre ambas verdades?

El planteo del problema.
Al-Farabi, en la primera parte de “La filosofía de Platón y Aristóteles”, a la cual denomina La consecución de la felicidad (Kitab tahsil al-saadah), y que es previa al desarrollo y comentario del pensamiento general de ambos filósofos (o “divinos sabios”), presenta las diferentes maneras en que puede manifestarse el camino del conocimiento humano. Los métodos para la pretensión de la verdad pueden ser diversos, aunque, en última instancia, puedan resolverse en dos: el método demostrativo y el método persuasivo (iv, 55, p.44).
De esta forma, las preguntas que podrían surgir, serán, ¿qué relación hay entre estos métodos? ¿qué aporte hay de cada uno? ¿qué grado de verdad me proveen?
Ahora, es interesante que, para él, las diferencias de ambos métodos no constituyen la configuración de un doble acceso a la verdad, sino que, aparentemente, su postura es la entender que la verdad alcanzada, sí y solo sí, puede constituirse como tal, mediante un método lógicamente estructurado y en correspondencia con una realidad ontológica de la que debe dar cuenta, y ese debería ser el método demostrativo o filosófico.
Pero, en principio, Al-Farabi establece, de manera amplia, a partir de qué y cómo generamos conocimiento sobre las cosas externas, mediante una clara asimilación de la gnoseología y lógica aristotélica:
“Las primeras premisas son conocidas mediante un conocimiento primario; desde su base cada uno procede del conocimiento subsecuente alcanzado por la investigación, la inferencia, la instrucción, y el estudio. Por la investigación o la instrucción alguien puede buscar el conocimiento de las cosas desconocidas desde el exterior: cuando están siendo investigadas y su conocimiento es confuso, son problemas; y luego cuando el hombre mediante la inferencia o el estudio ha sido conducido a convicciones, opiniones o conocimientos sobre éstos, se convierten en conclusiones.”
(La filosofía de Platón y Aristóteles, i, 2)
Cuando habla de conocimiento primario, él se refiere al conocimiento perceptivo inmediato sobre algo exterior, pero del cual, no debo, necesariamente, ser consciente de cómo lo adquirí ni de dónde surgió.[4] A partir de éstos conocimientos primarios o percepciones, voy asumiendo una idea más compleja sobre la realidad, que, en términos aristotélicos, me permite afirmar o negar algo en la forma del juicio.
Estos juicios pasan a formar parte de una estructura de razonamiento tendiente a llegar a verdades desconocidas o aclarar opiniones confusas; así del problema podemos pasar a conclusiones. Entre las herramientas que nombra, surgen dos esenciales: la inferencia lógica y la instrucción.

Sobre la instrucción.
Al-Farabi se refiere a la instrucción como el conocimiento adquirido mediante la percepción y la actividad racional. Es con la instrucción que puedo conocer la naturaleza de las cosas, desde lo más particular y contingente avanzando a la realidad universal e inmutable. Pero, para esto, la instrucción debe corresponderse en su totalidad y por niveles con la ontología de referencia. Así, la escala de grados ontológicos se acompaña para su conocimiento de una escala de niveles de instrucción.
Si la realidad parte de ciertos principios del ser hacia la multiplicidad de los entes, el conocimiento humano debe partir de la multiplicidad de los entes para escalar hacia el conocimiento de los principios del ser. Lo primero, en un sentido ontológico, es lo último en el conocimiento.
“Las cogniciones primarias relativas a cada género de seres, son los principios de instrucción para tal género, siempre que posean las bases y condiciones mediante las cuales el estudiante es guiado hacia la certera verdad acerca de lo que quiere conocer de ese género.”
(Ibíd.., i, 5)
Entonces, estas cogniciones primarias o principios de instrucción apuntan a ir descubriendo, mediante la indagación, los principios fundamentales de los seres, y éstos, según él, son cuatro: (1) el primero, es relativo a la causa formal, y trasunta en preguntas de la forma ¿qué es? ¿mediante qué es? ¿cómo es?; (2) otro, es relativo a la causa agente o eficiente, y surge de la pregunta ¿a partir de qué es?; (3) por la misma pregunta anterior, se expresa lo relativo a la causa material; y (4) por último, el relativo a la causa final, que se expresa en la pregunta ¿para qué es?.
Estos principios, así como encuentran la unidad en la absoluta identidad del Ser Supremo (Dios), el cual, a su vez, no admite ninguna causa para sí, no se encuentran todos juntos en cada género de ser. Así, Al-Farabi justifica la asunción de gradación ontológica: los seres sensibles o hilemórficos poseen los cuatro principios o causas; los seres inteligibles no poseen el principio material; y el ser supremo no posee causa alguna.[5]
Los principios de instrucción deben, entonces, guiar al investigador, en ese camino de descubrimiento de los principios del ser en cuestión. Y, en última instancia, la instrucción alcanza la verdad cuando se identifica con la naturaleza del ser, o, más bien, cuando el principio de instrucción se identifica con el principio del ser.
Al-Farabi, con respecto a esto último, es categórico, reafirmando el objetivo de toda investigación:
“Toda ciencia cuya única meta sea hacer inteligibles a los seres, busca primero cerciorarse de la presencia de todos cuantos estén comprendidos en el género del cual busca conocer las especies, y, luego, indagar los principios del ser de las especies que poseen tales principios, y descubrir cuántos principios poseen.”
(Ibid., i, 7)

La inferencia en el proceso de instrucción. El método demostrativo.
El proceso inferencial, para Al-Farabi, está constituido por una primera fase en la cual el investigador toma nota de los casos observables (A1, A2, A3, ..., An), conformando premisas que, conectadas por la inducción, permiten arribar a una conclusión general sobre la naturaleza de la especie investigada a partir de la observación de los n entes posibles que están comprendidos en esa especie de tal género.
Al-Farabi tiene en mente que es necesario trabajar firmemente sobre la calidad de los principios de instrucción o cogniciones primarias, en otras palabras, definir claramente los criterios de observación, así como los principios de inferencia inductiva, ya que errores de este tipo pueden redundar en una desconexión entre la conclusión y el principio del ser referido. Por otro lado, también, encuentra la posibilidad de error en la natural diferencia de nivel que pueda haber entre el principio de instrucción utilizado y el principio del ser que intento abordar; si éste último es superior, en grado, al nivel de instrucción, sucede que no puedo tener un conocimiento cierto sobre las causas del mismo. ¿Cómo puedo llegar, entonces, a un conocimiento cierto sobre los seres que superan mis capacidades cognitivas? 
Primero, deja en claro que se pueden conocer dos aspectos del ser o ente: que es (o sea, que existe), y qué es (su naturaleza o esencia). Esta última es la que hace referencia a los principios o causas del ser.
Segundo: la inferencia inductiva, en el caso de seres superiores al nivel de instrucción, me permite abordar un aspecto de ese ser, por tanto, para conocer qué es debo hacer uso de otro tipo de inferencia.
Por lo tanto, dice:
“ (...), entonces, la única vía para conocer los principios del ser es partir de los principios de instrucción, y ordenarlos para hacer que la conclusión derive necesariamente de ellos. En este caso, la conclusión resultante es, ella misma, la fuente por la cual los principios de instrucción, que han sido compuestos y ordenados, deben su existencia. (...) De esta manera, uno asciende desde el conocimiento de los principios de instrucción, los cuales son inferiores a los principios del ser, hacia la certeza sobre los principios del ser, los cuales son superiores.”
(Ibid., i, 8)
y continúa diciendo:
“Si el principio del ser, al cual llegamos por esta vía, tiene un principio, que es más elevado y remoto, incluimos el primero en una premisa y ascendemos al principio del principio. Continuamos con este proceso hasta que el último principio a ser descubierto, en ese género, es alcanzado.”
(Ibid.)
Se entiende que, mediante la inferencia inductiva se permite llegar a captar intelectualmente la existencia de un ser superior, el cual es fundamento de los seres inferiores y dependientes de él, que fueron observados. La causa o principios del ser de estos entes es este principio superior del cual se conoce su existencia. Esto último se realiza mediante un proceso inferencial diferente, la deducción.
La cuestión es que al llegar mediante vía inductiva a una conclusión que exprese la existencia de algo superior, no se pudo llegar a tener un conocimiento completo del principio del ser de los entes observados, ya que muchos de esos entes no pudieron ser investigados. Es por vía deductiva que aspiro alcanzar un real conocimiento del principio del ser de esa especie, partiendo del fundamento o causa de ella, ese principio superior.

inducción
A, A1, A2                   B (conclusión)  Se conoce la existencia de B, principio superior de A
(premisas)

deducción
B                     A (A, A1, A2, A3, A4, A5)    Se conoce la existencia de otros elementos de A, y    
(premisa)                     (conclusión)                 se descubren las causas o principios del ser de A

Este esquema, basado en la explicación dada en esta misma obra (i, 9), demuestra que mediante el conocimiento de la existencia de un principio superior, se puede suplir el escaso o confuso conocimiento de los seres que deben su existencia y naturaleza a ese principio, ya que al poner la existencia del principio superior como premisa, deductivamente, adquiero conocimientos sobre estos seres, los cuales derivan necesariamente de la premisa mayor (principio superior).
             
Tipos de demostración según la naturaleza y consistencia de las premisas y sus componentes.
El valor de la demostración radica en la posibilidad que tenemos de aclarar a nosotros mismos nuestra propias opiniones acerca de los seres y cotejar su valor de verdad, y a su vez, explicar o hacer comprender a otro el valor de mis opiniones con respecto a estos seres.
“Eso mismo nos sucederá cuando intentemos demostrar a los demás la verdad de nuestras opiniones, puesto que para evidenciar a los ojos la verdad de una opinión nuestra, habremos de emplear análogos medios y procedimientos a los que hemos empleado para evidenciarnos de ella a nosotros mismos. Y si alguien nos contradijere respecto de alguna afirmación o de algún argumento de los que le hemos presentado en apoyo de aquella opinión nuestra y nos exigiere que le mostremos cómo dicho argumento es precisamente prueba de la tesis que nosotros sostenemos y no lo es de la tesis contraria y por qué nuestro argumento es más apto que otros cualesquiera para dicha demostración, podremos evidenciarle todo eso.
(Catálogo de las Ciencias, art. II)
La demostración, como explica anteriormente, es la manera que tenemos de evidenciar y transmitirnos a nosotros mismos la verdad de nuestras conclusiones, y a su vez, hacerlo para los demás, que reciben mis conclusiones. Lo primero, se refiere, básicamente al verbo interior “grabado en el alma”, lo segundo a éste y al verbo “exteriorizado por la voz”.[6]
Para Al-Farabi, la lógica establece reglas para el verbo, ya sea interior (pensamiento) como exterior (lenguaje), ya que están en íntima relación de correspondencia.
Según el origen de los elementos utilizados para la demostración, así como la forma gramatical y lógica empleada, y en última instancia, según el fin que se propone, existen, según él, cinco tipos de elocuciones o silogismos elocutivos: apodícticas, polémicas, sofísticas, retóricas, y poéticas.
Cabe, primero, señalar el término “silogismo”. Como hemos visto, en el proceso de estudio e investigación sobre un objeto, el conocimiento de la realidad superficial se genera mediante la inferencia inductiva, y asimismo se llega a afirmar la existencia de una especie o género superior que explica el ser de la especie investigada. La inferencia deductiva o silogística permite, a partir de la asunción de ese ser como causa o principio superior, explicar profundamente los principios del ser de la especie investigada. Por tanto, si el fin del conocimiento científico es “indagar los principios del ser de las especies que poseen tales principios, y descubrir cuántos principios poseen” [7], la especie o tipo de silogismo define el tipo de elocución que pertenece a tal o cual arte (o ciencia).
En el artículo II (pp.15-17) del Catálogo de las Ciencias, se refiere a estas especies.
Las elocuciones apodícticas son aquellas que buscan producir un conocimiento “cierto” sobre lo que se intenta estudiar, y cierto es el conocimiento que no admite lugar a ninguna duda, ni posibilidad de ser refutado o retractarse, ni “sospechas de error”; por tanto, es un conocimiento, el producido por esta especie silogística, evidente y certero.
Las elocuciones polémicas, parten de premisas sustentadas en la opinión o sentir común, “de esas que todos lo hombres admiten”. Su empleo es válido en discusiones donde el fin no es persuadir o convencer, sino derrotar o refutar la opinión contraria. Es una lucha donde se busca sostener una tesis, y refutar la contraria, si es posible, inclusive mediante argucias psicológicas.[8]
Las elocuciones sofísticas tiene por función “inducir a error al entendimiento, extraviarlo y confundirlo”, para conseguir un objetivo determinado. Es interesante, por fuera de lo que interesa aquí, el análisis crítico que realiza Al-Farabi sobre la significación tradicional dada al término “sofista”.[9]
La elocuciones retóricas consisten en intentar persuadir de la verdad de una tesis a una persona que mantiene la contraria, y provocar su asentimiento. Dice que la mera persuasión es más débil o “inferior en intensidad” a una “opinión muy probable”, pero ésta se da en diferentes grados, algunas más firmes, “más eficaces, más elocuentes, más fidedignas que otras”, lo que le permite acercarse al status de opinión probable. Sin embargo, el no llegar a ser una opinión muy probable próxima a la certeza, es lo que diferencia a una elocución retórica de una elocución polémica. Al-Farabi fundamenta la proximidad o no a una opinión muy probable, en la cantidad de elementos a favor que apoyan la tesis (“como en los testimonios”), y así, las elocuciones polémicas son más próximas a la certeza por sustentarse en la opinión o sentir común, entre otras cosas.[10]
Por último, las elocuciones poéticas tienen por fin, mediante la palabra, provocar sentimientos o emociones en un hombre para que realice algo determinado o se comporte de tal manera. Al-Farabi dice que el tipo de hombre afectado por estas elocuciones sólo puede ser alguien “falto de reflexión” y por lo tanto se le induce mediante “la sugestión imaginativa”, o alguien dotado de espíritu reflexivo, pero que si se busca que actúe de tal manera, pero “si él lo examina reflexivamente, no es seguro que lo haga.” Es necesario, de este modo, que el recurso imaginativo preceda a la reflexión.

El carácter de la demostración en Filosofía y Religión: aportes para su valoración.
La filosofía, para Al-Farabi, desde una perspectiva asumidamente aristotélica, está conformada por las ciencias prácticas y las ciencias teóricas, ambas sostenidas por la lógica. Las ciencias prácticas serían la ética, la política, y el derecho, división que escapa a la configuración original de Aristóteles. En el Catálogo de las Ciencias ubica, en el artículo V, junto a la política y el derecho, a la teología (la teología “natural” de los mutakallimíes). En este texto, también, diferencia en la teología, el trabajo del teólogo (mutakallim), propiamente dicho, que deduce y defiende los dogmas mediante el uso de la razón; y el alfaquí, el cual aplica, sin discusión de principios, los dogmas y deduce de ellos reglas prácticas. Así, ambos utilizan la deducción, uno para explicar los dogmas (aspecto teórico) y otros para fundar las reglas prácticas.
“El mutakallim [teólogo] defiende las cosas que el alfaquí toma como principios, sin que deduzca de ellas otras cosas nuevas. Y si se da el caso de coincidir en la misma persona dominio de las dos materias, de modo que sea a la vez alfaquí y mutakallim [teólogo], esa persona defenderá estas materias en cuanto que es teólogo, y deducirá de ellas [reglas prácticas] en cuanto que es alfaquí.”
(Catálogo de las Ciencias, V, p.39)
Las ciencias teóricas, son la metafísica, la física, la matemática, y, según lo visto anteriormente, la teología mutakallim.
Ahora, al comenzar el trabajo, hacía referencia (La filosofía de Platón y Aristóteles, iv, 55) a la existencia de dos métodos: el demostrativo y el persuasivo. A la luz del tratamiento hecho en Catálogo de las Ciencias, se puede entender de tal forma: existen métodos, basados en elocuciones, que pretenden demostrar algo; si en la otra obra, Al-Farabi, habla de demostración y persuasión, y entiende que la primera corresponde a la filosofía, y la segunda, a la religión; entonces, se puede entender que cuando habla de método demostrativo se está refiriendo al método demostrativo que se sustenta en elocuciones apodícticas (como también lo denomina “el método de certeza demostrativa”), y cuando habla de método persuasivo, se refiere al método demostrativo que se sustenta en elocuciones persuasivas, y, se puede incluir, tal vez, a las poéticas.
En parte, la base de tal interpretación está en las siguientes líneas: “Para todo lo que da cuenta la filosofía basado en la percepción intelectiva o conceptualización, la religión da cuenta basada en la imaginación. Para todo lo demostrado por la filosofía, la religión emplea la persuasión.”[11]
En Catálogo de las Ciencias, destacó niveles de elocuciones según el grado de acercamiento a la certeza, por encima de todas está la elocución apodíctica, la cual es principio de la investigación filosófica, y asimismo de la pretendida teología mutakallim. La Religión puramente dogmática y práctica, sustenta sus intenciones demostrativas en la persuasión, y sobre todo en el recurso imaginativo.
“Pero si son conocidos mediante la imaginación a través de fantasías que los imitan, y el asentimiento de lo que es imaginado de ellos es causado por métodos persuasivos, entonces los antiguos llaman a lo que comprende estas cogniciones, religión.”  (La filosofía de Platón y Aristóteles, iv, 55)
La diferencia con la filosofía la remarca más de una vez:
“La filosofía da cuenta de los principios últimos (esto es, la esencia del primer principio y las esencias de los segundos principios incorpóreos), tal como son percibidos intelectivamente. La religión establece sus imágenes mediante semejanzas tomadas de principios corpóreos y los imita por similitud en los cargos políticos. Imita los actos divinos por semejanza en las funciones de los cargos políticos. Imita las acciones de los poderes de la naturaleza y sus principios por la similitud entre facultades, estados y artes que tienen que ver con la voluntad (...)” (Ibid.)
Y, de esta distinción, establece una relación jerárquica entre una y otra. La filosofía es, temporalmente, anterior y, cognitivamente, superior a la religión, desde que la certeza es superior a la semejanza y a la imitación: “... la religión es una imitación de la filosofía” y “... la filosofía es anterior en el tiempo a la religión.” (Ibid.)

Conclusiones.
Las distinciones entre los principios y elocuciones de las artes, marcan una diferencia de niveles de acercamiento a la verdad; así, no es igual una verdad persuasiva que una verdad imaginativa, ni que una verdad probable, ni, mucho menos, que una verdad cierta o certera. La filosofía como ciencia que busca conocer los principios y causas intermedias y primeras de los seres, hace uso del método demostrativo que permita llegar, vía inferencial, a verdades que no puedan ser puestas en duda, ni sean verosímiles o probables.
Esto determina y funda, para Al-Farabi, la gradaciones de saberes, y coloca a la filosofía por encima de la religión, la cual debe apelar una determinada clase de teología que demuestra y defiende sus verdades con actitud filosófica. Entonces, una conclusión persuasiva o imaginativa debería caer si es que contradice una conclusión apodíctica; la verdad filosófica o teológica mutakallim está por encima de una verdad de otro tipo si es que la contradice. Esto, tarde o temprano, llevaría a conflictos entre el orden religioso y el filosófico-científico; bastaría con un cambio de rumbo en el poder político-religioso (decadencia del poder central de los abásidas en Oriente, y fragmentación del poder entre gobernantes locales)  para que comenzara a tambalear la supervivencia de semejante contexto de libre pensamiento.
El éxito de este movimiento racionalista entre los siglos VIII y X, radica en el apoyo y subsidio recibido por parte del califato abásida, a diferencia de lo sucedido en Europa occidental, donde las tendencias racionalistas o dialécticas no tuvieron apoyo alguno para su libre investigación; Europa estaba dividida en múltiples reinos, y acosada por sucesivas invasiones, situación que el Islam oriental no vivía.
Con respecto a la valoración de la filosofía, la teología y la religión, es importante visualizar que fue cambiando durante el período filosófico árabe. Ni Avicena (siglo XI), en Oriente, ni Averroes (siglo XII) en el Occidente árabe, piensan lo mismo que Al-Farabi al respecto. Averroes, en Sobre la armonía entre Religión y Filosofía (Kitab fasl al-maqal), desarrolla su visión de que tanto la filosofía como la religión pueden arribar a la misma verdad entendida por diferentes métodos (racional, o imaginativo), pero que ambos saberes son igualmente valorables. Sin embargo la crítica apunta hacia la teología propia de su época, influida por las corrientes místicas antiracionalistas (por ejemplo, el sufismo). Esta crítica, desde el análisis alfarabiano sobre las demostraciones, podría fundarse en que, para Averroes, la teología musulmana se sustenta en elocuciones del tipo sofístico y retórico. Sin embargo, tanto filosofía como religión hacen uso de diferentes mecanismos, según el receptor y el fin propuesto, para alcanzar la misma verdad, en la cual si hay contradicción, ésta es aparente, y debe revisarse las formas interpretativas: “Por lo tanto podemos afirmar sin duda que cada vez que la conclusión de una demostración está en conflicto con el significado aparente en las Escrituras, este significado aparente admite la interpretación alegórica de acuerdo con las reglas de interpretación del árabe.”[12]
* * *
Bibliografía.

Al-Farabi: “The attainment of happiness” (Kitab tahsil al-saadah). En: “The philosophy of Plato and Aristotle” (translated by Muhsin Mahdi). New York, The Free Press of Glencoe, Agora Editions, 1962.
Al-Farabi: “Catálogo de las Ciencias” (Kitab Ihsa al-Ulum) – trad. Angel González Palencia. Madrid, Imprenta de Estanislao Maestre, 1982.       
Al-Ghazali: “Incoherence of the philosophers” (Tahafut al-falasifah) – translated by Sabih Ahmad Kamali. Lahore, Pakistan Philosophical Congress, Nº3, 1963.    
Averroes: “On the harmony of Religion and Philosophy” (Kitab fasl al-maqal) – translated by George Hourani. London, Messrs. Luzac & co., 1976.
Canals Vidal, F.: “Historia de la Filosofía”. Curso de Filosofía Tomista, Editorial Barcelona, Herder, 2002.
Corbin, H.: “Historia de la Filosofía Islámica”. Madrid, Editorial Trotta, 2000.
Cruz Hernández, M.: “Historia del Pensamiento en el Mundo Islámico I”. Madrid, Alianza Editorial, 1981.
Gilson, E.: “La filosofía en la Edad Media”. Madrid, Gredos, 2007.

Prof. Nicolás Moreira Alaniz
Dep. de Filosofía – Instituto de Profesores “Artigas”


[1] Movimiento cristiano fundado por Nestorio, obispo de Constantinopla (entre el siglo IV y V). Promulgaba la coexistencia de dos naturalezas (humana y divina) como dos personas independientes en Cristo, de tal modo, que la humana era sobre la cual, la divina se depositaba. Los dos concilios del siglo V, anatematizaron su doctrina, y definieron la coexistencia de dos naturalezas en una única persona. Además, este movimiento constituyó, como tantos otros en esa época, un medio para la realización de intereses políticos-religiosos.
[2] Canals Vidal dice: “(…), hay que recordar que fueron consideradas como obras de Aristóteles algunos tratados de Proclo y de otros autores neoplatónicos.” (V, I, p. 151).
[3] “En principio, debo decir: ¿Cómo se podría refutar a alguien que dice que el sustrato del conocimiento es un átomo individual, el cual, si bien ocupa espacio, es indivisible? Esta idea se encuentra en las teorías de los Mutakallimin. Esta idea, al ser aceptada, conlleva a una única dificultad, que es que debe ser vista como improbable. Pero esta asunción de improbabilidad no es buena para los filósofos, ya que tienen que ir directamente contra su propia teoría.” (AL-GHAZALI, XVIII, p. 201).
[4] AL-FARABI, i, 2, 1962.
[5] Ibid., i, 6, pp. 15-16.
[6] AL-FARABI: Catálogo de las Ciencias, II, p. 13.
[7] AL-FARABI: La filosofía de Platón y Aristóteles, i, 7, p. 16.
[8] Ibid.6, p.15: “(...) se sirve de afirmaciones de común sentir como medios para sugerir sospechas vehementes de error en su propio ánimo o en el de otra persona, respecto de una opinión cuya verdad intenta comprobar, llegando hasta imaginar que es cierta, sin que en realidad lo sea.”
[9] Ibid., p.16: (...) ni en los siglos pasados existió hombre alguno, cuyo sistema consistiese en negar la realidad de las ciencias y de las percepciones sensibles y a quien se aplicase tal sobrenombre, ...”, y “si a  alguno lo llamaron así, fue únicamente porque la habilidad técnica y la manera especial de hablar que empleaba y la facultad que tenía, era la de engañar y confundir perfectamente a cualquier persona (...)”.
[10] El criterio de asentimiento presentado por el eclecticismo de Cicerón, pasa, en Al-Farabi, a un segundo nivel por debajo del status mismo de certeza o verdad apodíctica.
[11] Ibid. 7, iv, 55, p.44-45.
[12] AVERROES: Sobre la armonía entre religión y Filosofía, II, 64.

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