lunes, 27 de agosto de 2012

HILDEGARDA DE BINGEN - “LIBRO DE LAS OBRAS DIVINAS” (LIBER DIVINORUM OPERUM)

HILDEGARDA DE BINGEN - (1098-1179)

PRIMERA PARTE – CAPS. 99-105.
El hombre tiene grabados en los cinco sentidos las señales de la omnipotencia de Dios. Tiene que conocer y adorar a su Creador que es uno en la Trinidad y trino en la unidad. Por esto ha sido creado y rescatado después de la caída, para que fuera el señor del mundo y en el cielo diera vida al décimo coro.
CII. Dios reina en el cielo con el poder de toda su potencia, ilumina a las estrellas, y examina a las demás criaturas. Y el hombre se sienta sobre el trono, que es la tierra, y domina las otras criaturas, porque tiene grabadas las señales de la omnipotencia de Dios.
Estas señales son los cinco sentidos del hombre que provienen de la potencia de Dios, con los que el hombre entiende y siente que tiene que adorar con recta fe la Trinidad en la unidad, y la unidad en la Trinidad en Dios. La adoración de Dios es el ornamento de los nueve coros de los ángeles, de los cuales fue expulsada y destruida la fila de los diablos. El hombre en realidad es el décimo coro, que Dios mismo restauró poniéndolo en el sitio de los ángeles caídos, porque Dios quería hacerse hombre. Su humanidad es la torre donde caminan los que forman parte del décimo coro. Pues, como ya se ha dicho, Dios ha representado en el hombre tanto las criaturas superiores como las inferiores. Y el hombre, después de haber sido invadido por el aliento de la vida, que es el alma, se levantó y conoció todas las criaturas, y las acogió en su ánimo con amor fuerte.
 La naturaleza del alma es de fuego y encierra en sus energías muchas posibilidades de acción. A través del alma conoce a Dios, gobierna su propio cuerpo, lo hace sensible y lo mueve a cumplir las obras.
CIII. El alma del hombre es de fuego que calienta y vivifica todo el cuerpo, y por esta causa el hombre está dotado de sangre. El alma además sigue los caminos del viento, porque lleva la respiración dentro del hombre y la emite fuera. Cuando lo lleva al interior, el hombre se seca, lo cual es útil, porque su carne adquiere salud a causa de esta acción secante, y cuando lo emite fuera, el fuego interior del hombre se debilita y manda calor al exterior. De ello se deriva que todo el cuerpo esté dotado de sensibilidad, para poder permitir al hombre vivir y dominar los cinco sentidos con sus funciones. Si el calor no saliera al exterior, el fuego del alma ahogaría el cuerpo, lo mismo que cuando el fuego devora una casa.
Gracias a las fuerzas del alma el hombre se reviste de carne y de sangre y alcanza su completo desarrollo, igual que los frutos de la tierra maduran gracias al soplo de los vientos. Como es de fuego, el alma reconoce tener un Dios. Y como es respiración espiritual, comprende que puede servirse del cuerpo para actuar. Por eso Dios le ha mandado hacer sus obras con justicia y no mirar al abismo del norte, donde el primer ángel quiso reinar y cayó. Efectivamente, cuando hubo reunido voluntariamente todo el orgullo y toda la soberbia de que era capaz, enseguida voló velozmente en dirección al norte, haciendo todo lo que quiso y de cualquier modo. El orgullo y la alada soberbia son parecidos a las aguas que ningún barco podrá surcar nunca, porque son desagradables a Dios y a los hombres, y lo destruyen todo. Por esta razón sus obras fluyen fuera sin que la caridad las traspase, porque no pueden querer ni ser queridas por los corazones fieles, sino quieren apoderarse de lo que no tienen y dar órdenes a aquellos sobre quienes no tienen ningún poder. Por eso están destinadas a la ruina.
El alma, pues, es la señora de la casa del cuerpo, en el que Dios ha formado todas las habitaciones de las que ella tuvo que tomar posesión. Nadie puede verla, como ella no puede ver a Dios mientras esté en el cuerpo, sino en la medida en que lo ve y lo reconoce mediante la fe. El alma actúa en el hombre con todas las criaturas que han tenido origen de Dios, de modo que, como la abeja construye en su colmena el panal de miel, el hombre puede llevar a cumplimiento su obra, comparable a un panal, con la ciencia del alma, que es
como el dulce líquido que lo llena. Y ya que ha sido mandada por Dios, pone en el corazón, y luego recoge en el pecho, los pensamientos que pasan posteriormente a la cabeza y a todos los miembros del hombre. Además penetra en los ojos, que son las ventanas por las que conoce a las criaturas ya que, estando llena de racionalidad, distingue solo con el nombre las energías de estas criaturas. Por consiguiente el hombre lleva a cabo sus obras para satisfacer todas sus necesidades según la voluntad de sus pensamientos, porque cuando el viento de la ciencia del alma se mueve en el cerebro, desciende transformándose en pensamientos del espíritu, y así se cumple la obra de la voluntad. El alma, en su ciencia, siembra lo que realizan los pensamientos, y estos actos se cuecen por el fuego del alma adquiriendo ese gusto juiciosamente apreciado.
Y todavía el alma introduce dentro del hombre el alimento de las comidas y las bebidas para restaurar la carne. Gracias a sus energías, el hombre ordena y dispone como tiene que desarrollarse y asumir consistencia en las diversas partes de su cuerpo, y llena las entrañas con sus fuerzas. El alma no es de carne ni de sangre, pero llena una y otra para que vivan con ella, porque ha sido creada racional por Dios, que ha inspirado la vida al primer hombre hecho de barro. Por eso el alma y la carne son una única obra en dos naturalezas. Al cuerpo humano el alma le aporta el aire en el acto de pensar, el calor para reunir las fuerzas, el fuego para sustentarlo, el agua en hacerlo crecer, la fecundidad en reproducirse, como ha sido establecido desde la creación del primer hombre, y está en todas sus partes, arriba y abajo, alrededor y dentro del cuerpo. Así está hecho el hombre.
Comentario al primer capítulo del Evangelio según Juan
CV. “Al comienzo fue el Verbo” (Jn 1,1) Esto se interpreta así: Yo, que no tengo principio, de quien todos los principios proceden, yo que estoy en lo antiguo de los días, digo: Yo soy por Mí mismo, soy día que no tuvo origen en el sol, sino que ha encendido el sol. Yo soy razón, no la que viene de la palabra de otro, sino aquella por la que toda racionalidad vive y respira. Para contemplar mi rostro he hecho los espejos en que observo todos los milagros imperecederos de mi eternidad y he dispuesto estos espejos para que concuerden entre ellos en las celebraciones de alabanza, porque tengo la voz del trueno, con la que animo a todo el mundo con las voces vivientes de todas las criaturas. Éstas son las obras realizadas por Mí desde el comienzo de los tiempos, porque por mi Verbo, que siempre estuvo en Mí y está en Mí sin principio, ordenó que apareciera un gran resplandor y junto a él innumerables chispas, que son los ángeles. Pero ellos, en cuanto se dieron cuenta de su misma luz, se olvidaron de Mí y quisieron ser como Yo soy. Por eso, en un estruendo de trueno, la venganza de mi cólera contra la soberbia con que se habían enfrentado a Mí, los precipitó en el abismo, porque Dios es único y ningún otro puede serlo.
Entonces dentro de Mí planeé una obra pequeña, que es el hombre, y la hice a mi imagen y semejanza para que actuara de acuerdo conmigo, ya que mi Hijo, en cuanto hombre tendría que revestirse con el vestido de carne. He creado al hombre racional con mi misma racionalidad y he impreso en él la señal de mi poder, y así la racionalidad del hombre se expresa en su habilidad para comprender todas las cosas, nombrándolas y numerándolas. Efectivamente, el hombre no discierne las cosas más que por los nombres, y no conoce su multiplicidad más que por el número. Yo también soy el ángel de la fuerza, ya que me anuncio a través de las filas angélicas con milagros y me manifiesto a todas las criaturas en la fe, por lo cual me reconocen como Creador, y sin embargo ninguna criatura puede proclamarme en toda mi plenitud.
En realidad, el hombre es el vestido en el que mi Hijo manifiesta, revestido con el manto de su real potencia, ser vida de la vida y el Dios de toda criatura. Nadie fuera de Dios puede contar las filas de los ángeles que están al servicio de su real potencia. Nadie puede indicar con precisión cuantos son los que individualmente le profesan Dios de todas las criaturas, y ninguna lengua es capaz de explicar cuantos son los que particularmente le proclaman vida de toda vida. Por eso son dichosos los que viven con él.
Dios ha representado todas sus obras en la forma del hombre, como se ha dicho. Y como resumen queremos enseñar algunos ejemplos:
En la forma redonda del cerebro del hombre enseña su dominio, porque el cerebro sustenta y gobierna todo el cuerpo, y en el pelo indica la potencia, que es un ornamento suyo, como el pelo adorna la cabeza. En las cejas de los ojos enseña su fuerza, porque las cejas son la protección de los ojos, destinados a alejar cuanto les pueda dañar y a enseñar la belleza del rostro, y son como las alas de los vientos, cuyas plumas las levantan y sostienen, como un pájaro que con sus alas se levanta en vuelo y se posa, porque el viento sopla tomando fuerza de la fuerza de Dios y los soplos del viento son sus alas. En los ojos del hombre, Dios enseña su ciencia, gracias a la que prevé y conoce con antelación todas las cosas. Los ojos reflejan en sí la multiplicidad de las cosas, porque son brillantes y acuosos, como la sombra de las otras criaturas se refleja en el agua. En efecto, el hombre conoce y discierne todas las cosas con el órgano de la vista, y si no las hubiera visto, estarían muertas, por así decirlo. En el oído, Dios le abre todos los sonidos de alabanza en los ocultos misterios de las filas angélicas, por los cuales recibe perpetuo loor. Sería absurdo que Dios no fuera conocido por otros más que por si. Puesto que los hombres se conocen el uno al otro con el oído, el hombre entiende dentro de sí todas las cosas. Estaría como vacío, si le faltara el oído.
En la nariz Dios enseña la sabiduría, por medio de la completa habilidad para ordenar los olores, de forma que el hombre reconoce por el olor lo que la sabiduría dispone. El olfato se expande en todas las direcciones, atrayendo las cosas para saber qué son y las cualidades que tienen. En la boca del hombre, por fin, Dios muestra su Verbo por el que ha creado todas las cosas, lo mismo que en la boca se profieren todas las palabras con el sonido de la razón. Con el sonido de la voz, el hombre expresa la multiplicidad de las cosas, como hizo el Verbo de Dios creándolas en el abrazo de la caridad, de modo que no faltase a su obra nada de lo que es necesario. Y como las mejillas y el mentón están alrededor de la boca, así el Verbo, cuando resonó, tuvo en si el principio de todas las criaturas y en aquel momento todas las cosas fueron creadas.
(...)
Cuando el Verbo de Dios resonó, llamó a si a todas las criaturas que fueron preordenadas y dispuestas por Dios antes de todos los tiempos, y su voz suscitó a la vida a todas las criaturas. Y así quiso que también se marcase en el hombre, en cuyo corazón el Verbo dicta secretamente, antes de decirlo al exterior, lo que al emitirlo todavía está cerca de de él, y así, lo que el Verbo dice está en el Verbo. Cuándo resuena el Verbo de Dios, el Verbo aparece en toda criatura y su sonido es vida en toda criatura. Por esta razón la racionalidad del hombre cumple las obras a partir de la palabra, y el sonido de la palabra presenta sus obras con la música, la voz y el canto, ya que gracias a la fineza de su arte hace repicar entre las criaturas cítaras y tímpanos, porque el hombre es de naturaleza racional a causa del alma viviente, como Dios ha querido. El alma atrae a sí a la carne con su calor. (...). La carne, si no tiene alma racional, no se mueve; es el alma quien mueve la carne y la hace vivir, pues la carne se adhiere al alma racional, como las criaturas se adhieren al Verbo. Por esta razón el hombre ha sido creado por voluntad del Padre. Pero del mismo modo que el hombre no sería tal sin las conexiones de las venas, tampoco podría vivir sin el resto de las criaturas, porque, en cuanto mortal, no puede infundir vida a sus obras, ya que su vida tiene como principio a Dios, mientras Dios infunde vida a su obra, porque es vida que no tiene principio.
(...)
El hombre es como la luz de las demás criaturas que viven sobre la tierra, los cuales a menudo acuden a él y con gran amor lo acarician. Por eso el hombre a menudo trata de conseguir la criatura que estima. Al contrario, la criatura que no quiere al hombre, le huye, y pisa y destruye todo lo que es útil al hombre, porque le tiene un temor espantoso y no soporta su existencia, por eso, en muchos casos, lo ataca para privarlo de la vida.
(...)
El hombre es inteligente y sensible. Inteligente porque comprende todas las cosas, sensible porque percibe las cosas que están presentes a él, puesto que Dios llena de vida toda la carne del hombre, cuando exhala sobre ella el soplo de la vida. Por esta razón, con la ciencia del bien y el mal, el hombre elige lo que le gusta y rechaza lo que detesta.

Textos seleccionados por Prof. Nicolás Moreira.

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